La madre María

“Yo soy guajira, nacida y criada entre campesinos; mis hermanas y primos jugábamos en la vega; nos encantaba estar con los pies dentro del agua sembrando tabaco, arroz; también desbotonábamos y hacíamos otras cosas, que a lo mejor no ayudaban mucho a mi tío, pero así aprendimos.

“Por eso no me asusta el trabajo del campo y estoy aquí, por mi muchachito, para darle un oficio digno, que no anduviera por las calles, y esto es lo que le gusta a él, y mejor en el campo que en malas compañías. Él es muy ingenuo, mi’ja, y me lo iban a enredar”.

María es una mujer marcada por el dolor y la determinación. Recuerda cuando al menor de sus tres hijos, y único varón, le dio tosferina con pocos meses de nacido; el ir y venir entre consultas en las que le aseguraban que era solo un catarro malo, y según le explicaron luego fueron las hipoxias las causantes de un daño neurológico que con el pasar del tiempo diagnosticaron como un TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad).

Asegura que mientras era un niño era fácil mantenerlo bajo su cuidado, luego, con la adolescencia y primeros años de juventud, ya no fue sencillo tenerlo en casa, entonces le preocupaba que “la juntera” lo llevaran a cometer errores que lo alejaran del buen camino, por eso se decidió a solicitar tierras, y aunque están un poco alejadas de su vivienda en el poblado de Las Ovas, actualmente pasa allí la mayor parte del tiempo.

El inicio

En octubre de 2022 solicitó las tierras, una caballería, y se la entregaron en el 2023. Después compró el ganado, la ayudaron económicamente la hermana e hija que residen en el extranjero, cuenta con 13 vacas, el resto ha sido mucho trabajo.

Ir limpiando la tierra cubierta de marabú, cercar, crear condiciones para la estancia de ellos y los trabajadores, que todavía son pocos, porque ni es tanta la extensión que poseen ni los ingresos respaldan la contratación de mucha fuerza.

En el 2024 le parieron ocho vacas y entregó más de 4 000 litros de leche. El plan para este año es menos, pues el ganado vacuno no se reproduce anualmente, aunque incluyó una novilla y afirma que, si alguna otra pare, no importa, porque la leche que ella saque va para el tanque, del cual también es responsable.

“La delincuencia es el mayor problema que tenemos aquí, porque, aunque los cubanos inventamos, y si no hay alambre cercamos con otra cosa, los bandidos están atrevidos, robándoles los caballos a los campesinos, que es su medio de transporte para gestionar las cosas de la finca. Aquí a un vecino mío le mataron dos yuntas de bueyes en una misma noche.

“Nosotros estamos luchando, encerramos a los animales, porque hasta de día se los llevan, ponemos lámparas de esas grandes pa’ que alumbren to’ esto y se quedan dos guardias, pero la noche que robaron, que yo lo sentí y salí, si cuando puse la linterna para allá le hubiese alumbrado la cara a alguien conocido, seguro que por lo menos una piedra me tira. Me lo llevaron delante de mis ojos.

“Y con qué nos vamos a defender, porque lo único que tenemos son los machetes, antes estaban las brigadas campesinas, pero, a decir verdad, eso no está funcionando, porque ¿quién va a ir a dar vuelta por ahí?, cada uno tiene que estar cuidando lo suyo. Lo que si yo oigo un ruido, alumbro, y si fue el vecino me dice ‘oye soy yo’, y así nos ayudamos, igual si veo algo se los digo, pero hay que tener cuida’o, porque esa gente viene dispuesta a to”.

La familia

El bienestar de su hijo es el mayor acicate para María, Foto: Guerrillero.

María no oculta que a sus dos hijas hembras les preocupa que ella esté incursionando en la ganadería y manejo de la tierra, “ellas saben que esto da mucho trabajo y yo ya no soy una niña, pero así y todo me apoyan”.

Su esposo sufrió hace años un accidente de tránsito y, como consecuencia, tiene lesiones en la columna, vive con fijadores de metal que le impiden muchas actividades, especialmente, aquellas que demanda de fuerza física, “él viene y quiere hacer cosas, pero no puede, y después es peor, porque entonces se enferma”.

Antes era él quien llevaba el sustento de la familia con una máquina de alquiler, luego del aciago incidente no podía permanecer tantas horas sentado y manejando, ni ocuparse del mantenimiento del vehículo. En esa etapa, María cosía y realizaba otras diligencias desde el hogar para respaldar la economía doméstica, pero nunca trabajó fuera de casa.

Con 51 años, está inmersa en un proyecto que no la asusta, ya que confía en sus orígenes y en que hace lo correcto por su hijo, “para él, esto es bendito, ese niño mío está tranquilito aquí.

“Lo veo a las 12 de la noche, muerto de cansancio, pero feliz, no anda en bebedera ni en problemas, esto ha sido divino y comenta que a su hijo lo va a enseñar desde chiquito, para que sea un campesino”.

El futuro

María del Carmen González Alfonso está contenta con lo logrado hasta el momento, pero aspira a incrementar su área y el ganado. La beneficia la cercanía del río, lo cual le garantiza que los animales no sufran sed, uno de los puntos débiles para el fomento de la ganadería.

En cuanto a culminar el cercado perimetral, acrecentar las plantaciones de pasto y de cultivos varios precisa que todo tiene que ser poco a poco, pues el desmonte lo están haciendo a mano, y así no se avanza mucho.

Confiesa con orgullo que ella sabe hacer de todo y que está vinculada directamente a la tierra, “porque a mí que nadie me diga que, con esas uñas de plástico, se ocupan del campo”.

De tez trigueña, en la que sería muy difícil determinar hasta qué punto lleva sobre sí las huellas del sol; poca estatura y figura menuda, esta mujer está pendiente de todos los detalles: la salud de los animales, la riega del sembradío de frijoles, el acopio de la leche, la muda del rebaño…

Su hijo cuida con esmero de unas posturas de titonia que esperan sembrar en los cuartones para incorporar las plantas proteicas a la dieta del ganado.

María es otra de esas mujeres a la que la maternidad le hizo transitar por senderos impensados, pero no teme a lo desconocido, si cada amanecer la recompensa ver que su vástago es feliz y ella está a su lado.

La sonrisa en el rostro de su hijo, en medio de la faena, es la recompensa que la hace olvidar los sacrificios. Foto: Guerrillero.

(Tomado de Guerrillero)

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