Valle de Caujerí, cuando el empeño redime al paisaje

El verde-amarillo-rojizo de las cosechas está de vuelta. La primavera actual parece una más, como si a la fértil planicie hace apenas seis meses un ciclón no le hubiera matado las plantaciones.

De manos propias y amigas llegó la resurrección, después de que en octubre pasado, en la superficie más fértil del Alto Oriente, el huracán Oscar aniquilara la simiente agrícola de manera casi total.

Al Valle de Caujerí el fenómeno hidrometeorológico le arrebató 473 hectáreas de cultivos, y le dañó otras 250 de las 730 plantadas hasta ese momento, como parte de la campaña de frío que el emporio agrícola se había propuesto saldar con 2 844 hectáreas.

Oscar devastó la siembra de esa etapa en municipios del Este guantanamero, entre ellos San Antonio del Sur. Plantaciones enteras de yuca, tomate, boniato, granos y plátanos, entre otras, fueron víctimas de las aguas.

Pasado el meteoro, prosiguieron las lluvias. Durante casi un mes prevaleció la humedad, comenta el ingeniero Edgardo Fajardo Rodríguez, director técnico y de desarrollo en la Empresa Agropecuaria de San Antonio del Sur.

Ya en noviembre, con el terreno más seco, “hubo que demolerlo todo y empezar la recuperación; comenzamos de cero —explica Edgardo—; aun así, mantuvimos la propuesta inicial de siembra prevista para la campaña de frío”.

En esas circunstancias, la meta de sembrar la misma cantidad de áreas previstas desde el inicio se tambaleaba al borde de lo imposible para casi todos en el otrora organopónico natural de Cuba, salvo para los productores, conscientes de lo que se traían entre manos.

A modo general, la agricultura guantanamera fue duramente golpeada por el ciclón Oscar. Foto: Cubadebate.
A modo general, la agricultura guantanamera fue duramente golpeada por el ciclón Oscar. Foto: Cubadebate.

“Anticiclón”

Cuatro equipos con gradas para roturar tierra, dos de ellos llegados desde el coterráneo municipio de Niceto Pérez, e igual número desde la provincia de Granma, sumados a otros nueve que los anfitriones pudieron reunir, le dieron curso al alistamiento de tierra.

Pese al contexto de escasez y limitaciones, a la tarea de preparación se le pudo asignar algo de combustible de apoyo, pero también fue asistida por cuanto medio de tracción animal apareció en el valle.

Cada quien puso lo que pudo: trabajo, tiempo, sabiduría, cálculos; redistribución de cultivos, en cada caso a partir de cómo estaba el terreno. Decidieron resembrar y sembrar yuca, boniato, hortalizas, granos, entre otros renglones, incluidos 450 hectáreas de tomate.

Alternativa existía solo una, recalca el director técnico y de desarrollo en la Empresa Agropecuaria de San Antonio de Sur: “trabajar pronto y bien, ir del dicho al surco en lo que quedaba del periodo de siembra”.

Dice Edgardo que, una vez roturado el terreno, con la misma agilidad empezaron a permearlo de posturas y semillas. Hubo prioridad para el tomate… Y en áreas más próximas a la costa predominó la siembra de plátano.

De esa manera, San Antonio del Sur logró despedir febrero con 3 624 hectáreas plantadas de “comida”, casi 290 hectáreas por encima de las que se habían propuesto para la campaña de siembra. En esa “rebelión” agroproductiva descolló el Valle de Caujerí.

De vuelta el follaje

Vuelven a lucir como serpentinas grisáceas, terciadas sobre la extensa planicie vista desde el Alto de La Mariana hacia el norte. Son guardarrayas, caminos y arroyuelos que culebrean hacia todas partes entre el tapiz vegetal.

El paisaje, que de lejos encanta, reconforta de cerca. Las manos que hicieron malabares para borrar los destrozos del huracán lo hacen ahora en la recogida de los frutos. Malabarista parece el que, sin reparo en la cámara que de perfil lo enfoca, sigue inmerso en su mundo, que en ese instante es una pieza de tomates estriados y semiesféricos, los cuales hacen polícromo al suelo.

Con agilidad asombrosa, sin desprender los de color verde, el hombre entresaca los de amarillo y de rojo de cada ristra y los lanza en parabólica trayectoria hasta el recipiente; es un artista. Y no el único aquí en este oficio.

El escenario es una finca colectiva de la Cooperativa de Créditos y Servicios Mariana Grajales. Son cinco hectáreas, “las roturamos con tractores y bueyes”, aclara su responsable, Giolkis Mendoza Frómeta.

Somos dos hombres para atenderla, prosigue. Pero, cuando el tomate pulula, contratamos más fuerzas. Hoy, por ejemplo, tenemos seis (cinco hombres y una mujer), pero tuviéramos 20, de haberlo pedido.

Son las diez y unos minutos de la mañana, y Jorlendis Blanco Cobas, de 22 años, otro “malabarista” de la jornada, se ha ganado 600 pesos, “y eso que hoy me incorporé tarde, claro que vale la pena”, dijo.

Mayor resulta la ganancia del día para José Luís Moreira, también joven. “Voy por 900 (pesos), y no paro, me faltan unas cuantas de estas”,  asegura, señalando una caja repleta de tomates maduros.

Interviene de nuevo Giolkis: “la gente nos busca porque le pagamos bien, 50 pesos por cada caja. Otros, incluso, pagan más que nosotros, pero con la fuerza de trabajo no tenemos problemas”.

La finca tiene dos hectáreas sembradas de boniato y pepino. De tomate son tres, que al finalizar la cosecha le habrán dejado más de 1 200 000 pesos de ganancia bruta, al precio que paga la industria por cada quintal de esta variedad (ha 3019) producido para semilla, al igual que la ha 3 057, ambas híbridas.

“De estas, sembramos de manera experimental 24 hectáreas, a ver si dan resultados para semilla —aclara Edgardo Fajardo Rodríguez—; se ven bien, y el rendimiento (14 toneladas por hectárea), supera al de otras variedades, que bajo riego alcanzan algo más de diez toneladas».

“Hasta ahora ese híbrido es el que mejor se comporta”, dice la ingeniera Yaniuska Calderín Durand, especialista en semillas en la Delegación de la Agricultura de San Antonio del Sur; “plantas y frutos se ven fisiológicamente muy bien, y sanos”.

La actual cosecha de tomate en el Valle de Caujerí debe extenderse hasta los días iniciales de mayo, vaticina Edgardo. De aquí deben salir unas 1 800 toneladas del cultivo, 300 de ellas para la población y el consumo social, y el grueso, 1 500 toneladas, con destino a la industria.

Arbitrariedades de “cortacaminos”

Tras la ruta del tomate, cuando Granma buscaba la procesadora industrial del producto, le cortaron la vía. Y no fue un huracán como Oscar. El corte fue arbitrario, de una entidad hacia el periodista. “Aquí nadie le dará información, el culpable de ese problema es usted”, le espetó una funcionaria de la ueb Conservas de Vegetales al reportero, en la puerta de aquel recinto.

Y en nombre de “todo el mundo”, citó su motivo: un reportaje sobre el reclamo de campesinos a la industria de referencia, por violar esta los pagos acordados mediante contrato. Nuestro diario lo publicó el 3 de julio de 2024, bajo el título: Una trama difusa en el Valle de Caujerí.

Conservas…, que, tuvo la oportunidad de emitir su punto de vista acerca del tema, al menos públicamente no lo hizo. Y ahora, por segunda vez, ignorando que la información es un bien público refrendado en ley; y al margen de esta, la obstaculiza.

El asunto es de carácter público, Granma, transparente y veraz, insistirá en él, en interés de su único dueño y destinatario: el pueblo.

(Tomado de Granma)

Comparte este artículo

Cuadrando la caja

La propiedad en Cuba: ¿estatal, privada, cooperativa o mixta?

Delitos económicos: ¿Amenaza al desarrollo de Cuba?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *