Dicen que las primeras aguas de mayo arrastran y se llevan todo lo malo. Y eso en Turiguanó es tan cierto como tan falso. El ganado que pasta sobre sus potreros arrastra una ambivalencia de la que ya quisieran despojarse los ganaderos
Con las benditas lluvias, los potreros de Turiguanó se olvidan de la agreste sequía y comienzan a ser una isla dentro de otra isla, bordeada de pantanos, mar y lagunas. Un oasis para las Santa Gertrudis que luego agradecerán el pasto con carne, en un ciclo interminable: comen y dan de comer.
Pero esas lluvias también son malditas y con la primavera deslavan el marabú de las montañas, cuyas semillas van a dar a los potreros colindantes en un ciclo otra vez interminable para el ganado: comen y defecan.
Crece la comida y prolifera el marabú. Parece que todo conspira, a favor y en contra. Hasta tres veces en una temporada han tenido que cortarlo en los mismos potreros que filtran el agua para sus pastos, volviéndose verdecitos… y espinosos. Algunas áreas, incluso, han podido fertilizarse y luego el crecimiento se les ha vuelto un bumerán.
Porque la raza Santa Gertrudis no alcanza a comerse las 638 hectáreas (ha) forrajeras, fertilizadas, antes de que la sequía las marchite, de modo que ensilarlas, ponerlas bajo techo para tiempos de “vacas flacas”, queda en proyección ante la ausencia de maquinaria. De la que no tienen y de la que se añejó sin repuestos.
Aunque hace unos dos años sí pudieron hacer algunas pacas de heno y algo que Daniel Rodríguez López, director Técnico y de Desarrollo, en la Empresa Pecuaria Genética de Turiguanó, llama pastel. “Aquello tenía hasta zeolita”, aclara.
Gracias a eso, el ganado sorteó los duros meses de la covid-19, en los que el confinamiento de la Isla impuso otro tipo de “sequías” para 2021: el nitrógeno. Sin nitrógeno no puede guardarse el semen de los toros que ha de conservarse a más de 190 grados bajo cero para que conserve su fertilidad.
Y a las Santa Gertrudis no las monta cualquier semental. Tienen sus apreciadores y el “macho indicado” hubo que traerlo de Santiago de Cuba, porque tampoco ese rebaño abunda en el país. “Sin embargo, ya eso fue a última hora, porque creíamos que iba a llegar el nitrógeno. Al final cayeron los indicadores de natalidad”.
Cuando Daniel dice que cayeron, se refiere al 2021 y 2022. Natalidad al 57% y al 42% o 43% este año que aún no termina; un pronóstico que difícilmente se quede por debajo de la realidad final y que espanta, sobre todo si aclara que hace dos décadas casi el 85% de las hembras paría.
Por esa época el rebaño era, además, el más numeroso de Cuba, superaba las 12 000 cabezas. Hoy lo sigue siendo y la reducción ronda la tercera parte; apenas sobrepasan las 4000.
Es un dato que Leonardo Pérez Rodríguez, subdelegado de Ganadería en la Delegación Provincial de la Agricultura, intenta sopesar al consentir que ellos tienen capacidad para albergar a más de 8 000 cabezas, que hay un plan de desarrollo hasta 2030, que el cebadero podría cobijar a unos 2 500 toros…
Entonces, Luis Alberto Nieves Saurí, el actual director de la Genética, se encarga de poner los pies en el presente. “Ciertamente el cebadero, que tiene una capacidad de 1 920, podría llegar a 2 500, pero tal cifra no es sostenible sin la comida. Por eso solo tenemos 300 y ni siquiera hacen el ciclo completo, están ahí de trampolín, camino al matadero”, aclara.
Volvemos al punto inicial. Se podrían explotar las 1 230 ha y crecer en la masa, fertilizar las áreas forrajeras… ¿y luego cortan la hierba a mano para alimentar miles de cabezas?
Cualquier proyección para aumentar la entrega de carne y cortes especiales para esos fines, pasa por invertir. No es posible forraje sin máquinas forrajeras ni agua sin una inversión que data de cinco años y todavía no logra hacerla correr. “Está el dinero aprobado y no están los recursos”, dice Luis Alberto y uno termina convencido de que “no es lo mismo, pero da igual”.
Puertas adentro del matadero y de su centro de elaboración, pasa algo parecido. Importaciones conciliadas, contratos en papeles y piezas demandadas se enfrentan al burocratismo, los intermediarios y las deudas de las importadoras. Al final las inyecciones a Turiguanó no han transcurrido como debieran, incluso, con el dinero en la mano; o sea, en manos de las importadoras.
El tiempo ha pasado, afirma Nathanael González Chinea, director Contable Financiero de la entidad. No obstante, les parece demasiado para las urgencias. Lo es.
Tres meses queriendo importar un grupo electrógeno, más de seis intentándolo con dos camiones refrigerados (uno de 2.5 toneladas y otro de 5), más tiempo a la espera de cintas, molinos y otras partes y piezas para procesar las 40 reses diarias que pudieran asimilar en el matadero, hoy limitado, en parte, por esas urgencias.
Es una larga cadena de recuentos que Luis Alberto enuncia y que los va atando sin remedio, amén de que tuvieron capital para poder emprenderla. Porque sin las cintas, por ejemplo, no se pueden hacer todos los cortes especiales que demanda el Turismo del país, y sin los carros idóneos no se puede transportar la carne a todos los destinos, por las condiciones en las que podría llegar; y sin la energía a tiempo completo en la industria, la falta de congelación de las neveras tampoco supone garantías de largos kilo metrajes…
Hace algunos años se ilustraban los absurdos, que se sustentaban en la realidad de no tener carros congelados en un reportaje de Invasor —y tener, por ende, que rentarlos a un precio astronómico que sobrepasaba los entonces 500.00 CUC por día. Las paradojas ubicaban a Turiguanó en las puertas de la península de Hicacos, adonde sí era ventajoso llegar (según la cantidad de hoteles y mayor demanda vs. alquiler del camión) y volvía irrentable, a veces, los suministros de cortes especiales a la cayería norte que tenía en sus narices, adonde sí arribaban los cárnicos de Camagüey que, a su vez, etcétera, etcétera, etcétera… Un rompecabezas o un trabalenguas. O los dos.
Hoy los vericuetos de la economía apuntan a otros recovecos en los que ni siquiera la existencia de liquidez les garantiza provisiones y aun así deben sentirse afortunados por haberla tenido, gracias a las ventas online. Sin embargo, “la mejor opción es que lo hagan ustedes mismos, y para ello el Grupo Empresarial Ganadero puede acompañarlos en la confección de un expediente que solicite licencia importadora ante el Ministerio de Comercio Exterior”, les explicaba el presidente de ese grupo, Yoan Sarduy Alonso, en una reciente visita, que intentaba espabilarles la inercia.
Durante el intercambio el directivo ponía de relieve la ausencia de eslabones que no encadenan ni a empresas del mismo grupo. En Camagüey, una entidad ganadera disponía de máquinas casi estáticas, a falta de empleo. Y en el Turiguanó, de Ciego de Ávila, con fondos para contratar el servicio, carecían de ellas. Camino a las negociaciones ya están.
Como están localizándose novillas para incrementar el rebaño, mientras se alistan los posibles toros que reverenciarán su raza, tratando de acercarse a los más puros ancestros. Un proceso delicado que hace unos cinco años se puso en riesgo con “un semen importado del que salieron vacas pintas. Aquello fue una estafa sin precedentes”, recuerda Daniel, cansado de verle a sus reses el cuero rojizo.
Quizás por eso han tenido que mirar adentro y conformarse con el millón 330 000.00 pesos de utilidad acumulada hasta septiembre y los 614 000.00 MLC, vendidos. Más que con lo que hubiesen podido lograr, se contentan con lo que sí han podido: aunque es una comparación válida que no pierden de vista.
Que ahora sacrifiquen unas 15 reses diarias de 360 kilogramos, como promedio, no les impide aspirar a otro contexto. Solo que las Santa Gertrudis no se dan como el marabú, silvestres. Ni crecen cuando las aguas de la primavera caen sobre Turiguanó, sin que uno adivine cuánto hay de bueno y malo en ellas.
(Tomado de Invasor)