Es una verdadera lástima que, teniendo la posibilidad de extender y consolidar cada vez más el cultivo del maíz transgénico (híbrido transgénico CIGB), al cabo de un lustro de experiencias que no dejaron duda acerca de ventajas y potencialidades, en los escenarios agrícola y económico sigan prevaleciendo factores objetivos y subjetivos que obstaculizan ese programa.
Si se tratara de un intento aventurado “para probar suerte”, la cautela o la lentitud tendrían determinada razón de ser. Pero no es el caso.
Haberse convertido años atrás en una especie de laboratorio nacional, le permitió a la provincia de Sancti Spíritus “ir al grano” en torno a un renglón que, sin exageraciones, puede ser considerado estratégico, en el empeño nacional por avanzar hacia la soberanía alimentaria, incrementar producciones, reducir importaciones, disminuir la dañina dependencia de los vaivenes del mercado internacional, facilitar encadenamientos internos, desatar nudos…
¿Por qué la carne de cerdo, de ave, los huevos… han desaparecido de la palestra pública, o remontado precios que ni la más certera bola de cristal hubiera podido avizorar décadas atrás?
Sin alimento animal no hay rebaño, ni cría, ni carne, ni producción, ni satisfacción de necesidades. Más allá de las alternativas criollas o tradicionales, el pienso animal resulta tan imprescindible como impredecible se torna el comportamiento de su precio en el mercado exterior.
En breve conversación, el doctor Mario Pablo Estrada, director de Investigaciones Agropecuarias en el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB), comentó a Granma que, excepto en el ámbito rural familiar, “en nuestro país no ha existido una cultura en torno al cultivo del maíz con fines de alimento animal; se considera que el 90% de la cosecha se destina al consumo humano, en forma de maíz tierno”.
Muchos productores, estatales y privados, ignoran o no acaban de entender un detalle que recalca el también doctor Enrique Rosendo Pérez Cruz, director del CIGB en Sancti Spíritus: el 70% de la base alimenticia del pienso está precisamente en el maíz.
En el noveno encuentro que sostuvieron el presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez y el primer ministro, Manuel Marrero Cruz, con el grupo de expertos que participa en el programa de soberanía alimentaria y educación nutricional, trascendió que, en cinco años, el país había erogado unos mil millones de dólares para la compra de maíz en el mercado internacional.
Sería bueno preguntarnos cuántos renglones, productos, mercancía, equipos, medicamentos, e incluso alimentos dejamos de adquirir con ese dinero para comprar un grano que la tierra pide a gritos producir, porque puede perfectamente hacerlo.
De acuerdo con estadísticas, la nación necesita 900 000 toneladas de maíz seco y 500 000 de soya, con destino a la producción de pienso para que haya cerdo, pollo, huevo…
De los 2 000 millones de dólares que importamos en alimentos, cinco productos suman más de 1 200 millones: maíz, soya, arroz, leche y carne, fundamentalmente pollo.
Al grano sobre la balanza

La realidad parece confirmar cada vez más que, sembrando el mismo maíz y del mismo modo que lo hemos hecho durante siglos, llegaremos a la eternidad incurriendo en gastos millonarios en el exterior.
Osvaldo Hernández Gil, al frente de la actividad de semilla y recursos fitogenéticos en la Delegación Provincial de la Agricultura espirituana, sabe muy bien que la variedad tradicional ha logrado aportar, a duras penas, rendimientos que oscilan entre una y dos toneladas por hectárea (algunas fuentes afirman que se ha promediado a 0.6). Por sus potencialidades, sin embargo, el híbrido transgénico puede superar las diez toneladas por hectárea.
Como se ha dicho, este maíz es resistente a la palomilla, principal plaga que tiene ese cultivo en Cuba. ¿Y por qué? Sencillamente porque en la semilla se utiliza el gen de la bacteria Bacillus thuringiensis, bt. En otras palabras: se tomó e insertó el gen de esa bacteria en el genoma de la planta.
En la praxis, el asunto no parece ser de literatura especializada, o de referencia académica.
Tal y como consta en los archivos del periódico Escambray, cuando el campesino Félix Álvarez despuntó allá en Punta de Diamante, años atrás, con el “increíble” saldo de 6.20 toneladas por hectárea, no dudó ni un segundo en afirmar: “Este es incomparable con cualquier otro maíz… es lo que nos hacía falta en estos momentos”.
Agosto de 2025, por tercera vez (sin haber mediado pregunta alguna) el joven productor Reinier Catalá Dueñas, de la Cooperativa de Crédito y Servicios Heriberto Orellana, afirma: “Después de que uno siembra este maíz no hay quien quiera sembrar el otro. Si alguien lo rechaza es porque no ha hecho un buen manejo”.
Lo escucho y acuden a mi mente varias de las razones expuestas al respecto por el doctor Enrique Rosendo, pero dejo que sea el propio Reinier, todo el tiempo a pie de surco, en contacto directo con el escenario productivo, quien lo explique, con esa manera tan peculiar que tiene el campesino cubano de picar la naranja por el mismo medio.
“Empecé con el maíz transgénico hace cuatro años. Nunca sentí temor; desde que le entré tuve buen criterio. Hubo un monitoreo constante, venían incluso especialistas de La Habana, tomaban muestras de las plantas, se llevaban espigas, mazorcas… No me faltó ayuda. En la primera hectárea de prueba cogí seis toneladas y en la segunda 7.5. Después fue bajando por falta de insumos, sequía y otros problemas.
“Esta experiencia hay que potenciarla en el país. Es mucho lo que puede dar. Yo quisiera que hubieras visto el vigor del maizal que coseché en un área donde antes había cultivado papa ecológica, a la que solo le había aplicado materia orgánica. Y te digo más: este año no eché abono de fondo. Es verdad que no cogí siete toneladas por hectárea, pero sí 3.5.
“Te pongo otro ejemplo: el maíz que sembraron Onel Carrazana y Luis Molina, a lo tradicional, se dio raquítico, entre otras cosas por la sequía. El mío no. Este tiene varias ventajas: crece más rápido, es fuerte, resistente a la palomilla, las mazorcas tienen más hileras a lo largo y a la redonda, puedes poner más plantas en igual área…”.
Similar opinión ha expresado más de una vez el también joven productor Yoandi Rodríguez, no solo por la capacidad defensiva de ese maíz frente a las plagas, sino también porque alcanza una estatura superior, lo ves menos afectado por la yerba y lo principal: rendimientos mucho más altos comparado con “el otro”.
No puede ser casual, tampoco, que, al sur de Sancti Spíritus, los hermanos Ridel y Rigo Toledo apuesten a ojos cerrados por este híbrido transgénico, o que en la cooperativa Juan Darias, al norte, su presidente Aldo Fortain haya referido, en más de una oportunidad, la buena pupila con que varios productores ven el asunto, a partir, esencialmente, de algo irrefutable: los ventajosos rendimientos.
Entonces, resulta inevitable la pregunta. Si existen resultados comprobados, si los productores acuñan la pertinencia de sembrarlo, ¿por qué no se generaliza la experiencia?
(Tomado de Granma)