Del plan a la producción real: Lo que el asunto demanda

Cualquier análisis —breve o extendido, epidérmico o profundo— acerca del Plan Turquino, la Ley de Soberanía Alimentaria, otro programa o norma, desde el prisma de la producción de alimentos, estaría cojo si ignora tres conceptos fundamentales que en sus visitas ha recalcado Jorge Luis Tapia Fonseca, vice primer ministro: el plan, la demanda y el per cápita.

Tan recurrente como tediosa resulta la referencia que “en menos de una cuarta de tierra y de minuto” suele aflorar en torno al porciento de cumplimiento que en un momento dado presenta el plan de siembra, el plan de producción, el plan de ventas, el plan, el plan, el plan…

Nadie niega que llevar a punta de lápiz o de teclado cómo se comporta lo hecho, en relación con lo programado, es saludable para saber por dónde o cómo se anda.

“El plan”, sin embargo, existe por y para algo. En el caso de las viandas, granos, frutas, carne, leche, huevos…, es para resolver necesidades; o sea, para tratar de responder en el mayor grado posible a una demanda (necesidad) estatal, social, institucional, familiar.

Resulta obvio, entonces, que ese plan tenga en cuenta, sobre todo, qué altura cubrirá de acuerdo con la estatura —bien espigada en estos tiempos— de la demanda real.

Meditando en ello, en su reciente recorrido por Sancti Spíritus, Tapia Fonseca enfatizó en un eslabón medular que, lamentablemente, a veces queda fuera de la cadena analítica: el per cápita.

Si cada vez que alguien interviene —y hasta diserta acerca del famoso plan—, tuviera que mencionar qué representa con respecto a la demanda, qué per cápita por habitante garantiza, y por qué no mejora esa proporción, tal vez hubiese menos oradores en reuniones o las cosas marcharan un poco (quizá mucho) mejor en placitas, agromercados, comedores obreros y ollas hogareñas.

Lo que se sabe…

Allá, en su polígono productivo integral, el joven Yarién Negrín, de Fomento, no tiene que romperse la cabeza ni inventar una respuesta al vuelo si le preguntan cuántas matas de café tiene plantadas, qué cantidad de alimento animal necesitará para la cría de cerdos, o cuántos litros de aceite vegetal puede aportar cuando ponga en marcha la planta adquirida mediante un proyecto de colaboración.

Si eso lo domina cada productor, ¿por qué quien contrata no lo tiene en cuenta, proporcionalmente, a la hora de “entrar en justo arreglo”?

Es hora de cambiar el discurso. Hay quienes siguen hablando, por ejemplo, de “tantas” hectáreas sembradas de plátano. ¿Acaso no sería mucho más saludable —y real— precisar cuántas cepas o plantones tiene cada hectárea, para poder estimar, con objetividad, qué volumen se puede o se debe acopiar? En el tabaco se hace así. ¿Por qué no en los demás cultivos?

En todo ello insisten, una y otra vez, quienes recorren el país bajo el imperativo de producir más, importar menos, fomentar exportaciones, empezando por el Presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez, y por Salvador Valdés Mesa, vicepresidente de la República.

Que faltan herbicidas, plaguicidas, fertilizantes, combustible…, es una gran verdad. También lo es que, en idénticas condiciones, hay quienes producen y entregan más, incluidos esos nobles campesinos a quienes se les debe el acumulado pago de meses, por producciones ya entregadas y hasta consumidas.

Y, hablando del Plan Turquino, ¿por qué de la montaña ya no bajan cientos de toneladas de carne de cerdo, como antes? ¿Será que ahora a esos animales no les gustan el palmiche, las viandas o los residuos de cosechas, y solo quieren comer pienso industrial de importación?

(Tomado de Granma)

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