Aterrizaje forzoso en el Máximo Gómez

El hilillo de la memoria me trae aquellas imágenes de un ayer lejano, de los buldóceres y motoniveladoras en los trabajos de acondicionamiento y nivelación del terreno y la destrucción de todo vestigio de marabú en la amplia explanada; las concreteras transportadoras de asfalto y un enjambre de hombres enterrando el esfuerzo y el dinero. Imágenes de desarrollo, de futuro.

Me trae la imagen del niño con las manos en alto, moviéndolas de un lado a otro: “Papá, en ese avión va mi mamá”, frase sencilla de amor y hermandad, cuando, por ahí mismo, los médicos salían —y llegaban— de la República Bolivariana de Venezuela o los turistas que visitaban el entonces incipiente polo turístico Jardines del Rey, o los viajeros que “volaban” y “aterrizaban” hacia y desde la capital del país.

Por entonces, había otros añadidos. Los avileños residentes en los municipios de Ciego de Ávila, Ciro Redondo y Morón, se llegaban hasta el aeropuerto Máximo Gómez a mitigar el ocio con bebidas refrescantes y a degustar otros encantos que brindaba el restaurante bien acondicionado y el bar del entonces vital enclave; el visitante también encontraba tiendas, restaurantes y buena gastronomía estatal, con ofertas variadas y a precios módicos, hubiera vuelos o no.

Desde hace algunos años —para ser más exacto, desde finales del 2002—, con la apertura del Aeropuerto Internacional de Jardines del Rey, su homólogo de Ciego de Ávila perdió la función principal como eslabón intermedio hacia los cayos del norte; también dejaron de operar los vuelos domésticos hacia y desde La Habana y Varadero, quedando así, sin tráfico comercial regular.

Ahora dibuja la estampa de la soledad y el deterioro. De lo hondo de la terminal aeroportuaria no asoman ruidos, voces… música; mucho menos rugidos de aviones. No hay señales de actividad alguna, solo algunas manadas de vacunos que, a ratos, entran al lugar por algún vericueto de la amplia área de la pista.

La terminal aeroportuaria se debate entre la existencia y la inexistencia, entre el silencio y el espanto.

A la entrada, viales en mal estado, conservan la fuerza para no dejarse vencer por la maleza; a la derecha, una veintena de apiarios; al fondo, un tanque de agua potable del tipo hongo en desuso; más allá, uno observa que los tanques de combustible desaparecieron de sus bases originales. “La gente del petróleo se los llevó para repararlos”, dice alguien.

Uno cruza los dedos para que todo salga bien, cuando ve posadas en la torre de control las auras tiñosas cabecirrojas, en modo descanso o en espera de lanzarse sobre alguna carroña o sobre algún esqueleto de animal muerto, fundamentalmente vacunos que sacrifican en el lugar, idóneo para ese trance por la soledad existente.

Invasor echa una ojeada perimetral y husmea, a tanta distancia como alcancen sus ojos. Ya, en otra oportunidad, había recorrido la pista, con cierto nivel de deterioro en casi la totalidad de los 3532 metros de longitud, en ocasión de la visita del programa televisivo A todo motor, cuando debió celebrarse allí una carrera de motos que no fue posible. (Se debe aclarar que la plataforma y la pista de rodaje no se han perdido del todo y todavía respiran, aunque en tiempo breve podrían sucumbir ante las plantas abundantes y no deseadas: aroma y marabú).

A merced del deterioro, permanece el edificio socioadministrativo, o espacio público del aeropuerto, que es donde se realizaban todos los trámites de embarque, la gestión del equipaje y los controles de seguridad; cubiertas sin los elementos de falso techo, el parqueo entre hierba.

En más de 20 años, allí no ha llegado ningún programa salvador, ninguna iniciativa, para que no se pierda un enclave erigido a un costo de más de 100 millones de pesos, incluido un importante componente en divisas. Rescatarlo llevaría consigo considerables gastos; perderlo, sería peor. Lo más sensato y atinado sería el desarrollo de otros proyectos, para evitar la total destrucción de lo que costó tanto trabajo y esfuerzo.

Al menos hasta hoy, no se conoce de posibles procedimientos para recuperarlo, ni que se haya tenido en cuenta en el Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hasta el 2030, para mejorar la infraestructura aeroportuaria o lograr la sostenibilidad.

Lo corrobora una nota periodística aparecida en el periódico Granma, del 29 de septiembre de 2023, en un análisis del Consejo Interinstitucional que, bajo la conducción del Ministerio de Economía y Planificación, evaluó la marcha del Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hasta 2030. El proceso inversionista en esta esfera, ampliaba la nota, “se extiende también a la infraestructura aeroportuaria de polos turísticos de Varadero, Santa Clara y Cayo Las Brujas, y a los talleres de mantenimiento y de reparaciones, entre otras instalaciones, habida cuenta de que el país dispone de 22 aeropuertos, diez de ellos internacionales”.

A juzgar por aquella información, toda intención de mantener operativo el de Ciego de Ávila quedó varada por múltiples factores; imagino por falta de financiamiento, el bloqueo yanqui, las políticas internas no siempre acertadas, el desvío de recursos hacia otros renglones económicos que solicitan una mayor inyección de finanzas, y hasta la irrupción de una pandemia que propició que se destinara gran cantidad de presupuesto hacia los insumos sanitarios y otros gastos. (Pero, ¡ojo!, cuando aparecieron los tres casos de COVID-19 en Cuba, el 11 de marzo de 2020, ya hacía más de tres lustros que el aeropuerto Máximo Gómez estaba fuera de operaciones).

El cierre del enclave, es uno de los casos emblemáticos de la subutilización de obras cuya construcción y/o restauración, se ha visto imposibilitada en el tiempo, con la particularidad de que, todavía, puede salvarse, tal vez no como terminal aérea, pero sí para otros usos alternativos, a solo 20 kilómetros de la ciudad de Ciego de Ávila y a menos de 10 del poblado de Ciro Redondo, al centro de la provincia.

Pudiera volver a la vida —tal vez no como aeródromo, aunque podría, de ser necesario y si el país lo necesitara para algo coyuntural— y convertirse, en realidad, sin excesivos gastos de recursos. En el caso del denominado lado aire (air-side) —que incluye las pistas, tanto para despegar como para aterrizar, las calles de rodaje y la zona de estacionamiento de los aviones—, sería ideal para carreras de karting, motos y hasta de automóviles, como ocurre en otros aeropuertos abandonados en el mundo.

Otra opción es el paracaidismo. Si bien en Ciego de Ávila no hay reporte de algún club, sí cuenta con varios practicantes de ese deporte, incluidas mujeres, espectáculo que el público puede observar desde una explanada encima del edificio socio administrativo, que también podría recuperarse con algún proyecto de desarrollo local, combinando deportes, logística, cultura y servicios gastronómicos.

Lo ilógico sería que continuara, como hasta hoy, presa del abandono y de una inercia institucional que hace daño. ¿Lo lógico? Permitir proyectos locales, u otros, con el empleo de las pistas y las construcciones existentes, que generen ingreso y empleos, porque allí hay mucho dinero enterrado.

Debe aplicarse la máxima de no descuidar lo construido, sobre todo en un país atenazado, con una economía endeble, que de un año a otro afronta, cada vez, mayores desafíos. Es mejor recuperarlo ahora que mañana. El aeropuerto está abandonado, tristemente abandonado, y todos sabemos que los fantasmas prefieren sitios así.

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