Contingentes de electricistas dejan a sus familias para llevar luz al oriente de Cuba

La madrugada avileña tiene un olor a tierra mojada y despedida. Frente a la sede de la Empresa Eléctrica, una silenciosa ceremonia se repite en la penumbra: son esposas que ajustan una última correa en el casco, hijos que abrazan piernas cubiertas por overoles, familiares que llegan con una jaba donde meten, casi como un acto de amor, el desodorante o la pasta de dientes olvidados en la premura.
