Donde menos uno se imagina se siembra tabaco en Pinar del Río. No precisamente hay que ir a San Juan o San Luis para encontrar tradición, calidad, sacrificio. Donde menos uno se imagina hay una historia que merece ser contada, por muy intrincada que se encuentre.
A casa de Osbey González Guerra no se llega de casualidad. Desde el kilómetro cinco de la carretera a San Juan y Martínez hacia dentro “hay que dar rueda”. Muchos conocen la zona como Manga Larga, perteneciente al consejo popular Vizcaíno.
El camino no es compatible con cualquier vehículo, lo que hace que el recorrido parezca más largo aún. De un lado y del otro, cortinas de marabú se alternan con árboles de mamoncillo o marañón y, de vez en cuando, alguna que otra vivienda.
Nos recibe un sembrado de casi dos hectáreas de yuca entre un palmar de apenas 15 años, luego un puente de madera renovado invita a cruzar y llegar al destino. Desde la distancia se puede divisar claramente el Cerro de Cabras. Allí inició el “Negro Chelao”, como llamaban al abuelo de Osbey, su tradición tabacalera. En todo Río Sequito era reconocido por el prestigio y la calidad de sus producciones.

Osbey tiene 36 años, y fue a los 31 que supo lo que era vivir con electricidad. Todavía hoy se emociona al recordar que una madrugada de diciembre vio encenderse un bombillo por primera vez. “Lo primero que hicimos fue un batido de guayaba, después nos pusimos a celebrar”, rememora.
Unas 24 casas conforman la zona conocida como el Puente de la Chucha. Quizás deba su nombre al viaducto que por más de 70 años sirvió, entre muchos otros usos, para trasladar el tabaco desde la finca a las escogidas.
“Hace siete años que me dedico de lleno al tabaco. Mi abuelo estaba viejo, y solo contaba con la ayuda de mi padre, pero realmente esto es lo que me gusta. Desde que era un niño es lo que he visto. Él era un maestro, solo de mirar el campo sabía lo que debía hacerse”.
Orestes González, el padre de Osbey, compara los tiempos en que no contaban con maquinaria y se preparaba el sembrado con bueyes y arados rústicos: “Al viejo sí le gustaba mover la tierra de verdad, eso de los tractores lo veía como cosa de vagos”, dice entre risas.
La finca abarca unas tres caballerías en las que plantan tabaco de sol. El plan ha crecido considerablemente desde que, en los tiempos del abuelo, sembraban 50 000 posturas. Hoy ya suman 400 000. En la presente campaña recolectaron 10 500 cujes que apenas caben en la casa de cura de ocho aposentos.
“Esa me la tumbó ‘Ian’, aquí acabó, pero a mí me fue peor. Tuve que reconstruirla y sembrar tabaco al mismo tiempo. Para rematar, cuando cargaba los horcones para levantarla de nuevo, el puente colapsó y se volcó el camión, estoy vivo de milagro”.
Por suerte, aquel día solo pasaron un buen susto; sin embargo, lo que había servido de conexión entre la finca y el resto del mundo se vino abajo. Después de haber librado una dura batalla un tiempo antes para contar con electricidad en la zona, la vida le imponía un nuevo desafío.
“Prácticamente lo hice solo, pero ahí está el puente otra vez, si no, me hubiera tenido que ir de aquí. Tengo que agradecer mucho a las autoridades del Partido y el Gobierno en la provincia, que me apoyaron enormemente para lograrlo. Ya por ahí puede pasar cualquier cosa, aunque los camiones tienen miedo, por lo que pasó”.
Conversamos debajo de un almendro junto a la mayor parte de sus 10 trabajadores. En tiempos en los que escasea la fuerza de trabajo en el campo, sorprende ver a tantos jóvenes comprometidos con la tierra.
“Esta tropa trabaja. Aquí no hay jefe, somos muy unidos, como una familia. Ellos saben bien lo que le corresponde a cada cual. Les pago el día a 1 000 pesos, más el almuerzo y, por supuesto, reciben estímulo cuando llega la divisa. Incluso, les hicieron el proceso para integrar las filas de la UJC y tenemos un comité de base aquí”.
Osbey no está asociado a ninguna cooperativa, es un productor independiente vinculado a la Empresa de Acopio y Beneficio del Tabaco (ABT) Pinar del Río. “Hasta ahora no he visto trabas para conseguir nada, ni siquiera el hecho de vivir tan intricado ha sido un obstáculo para recibir apoyo en lo que necesite”.
A finales del mes de julio prevé terminar otra casa de tabaco, también de ocho aposentos y dos portales, y muy pronto pretende incursionar en el tapado.
El ímpetu del negro Chelao
Aunque el tabaco lo atrapó desde pequeño y fue el camino que decidió desandar a toda costa, Osbey tiene otras pasiones y varias anécdotas que contar.
“Me hice técnico veterinario, pero nunca lo ejercí. Después me gradué de cadete, porque lo militar siempre me gustó. Las armas de fuego son la vida mía. Podemos hablar de escopetas un día entero. Cuando era un niño y salía con papi para el campo, cogía un tronquito de aroma y me lo ponía en el bolsillo, como si fuera una pistola.
“Estuve en las tropas especiales como un año y medio, hasta que me dieron baja por causas médicas”.
Orestes interviene en el diálogo. Se disculpa porque parece que está peleando por el alto tono de voz, pero su trabajo como minero en la Isla de la Juventud le dejó la costumbre.
“Él siempre estaba inventando cuando muchacho. Le encanta hacer petardos y hacerlos explotar. Un 31 de diciembre, con todo preparado aquí para celebrar el fin de año, me vinieron a buscar y me dijeron que se había caído cazando jutías. Yo sabía que no era cierto.
“Para casa de un vecino se fue con sus inventos, fíjate la explosión, que del tiro se quedó sordo, ciego y se desbarató un dedo de los pies y de las manos. En una moto me lo tuve que llevar para el Pediátrico”.
Oneida, la madre de Osbey, recuerda bien aquel fin de año. Tenía solo 38 años, y de aquel susto tuvo una menopausia precoz. El muchacho se recuperó del accidente y, años después, en los exámenes médicos que le hacían en las tropas especiales le detectaron daños en la córnea por aquellas partículas de los inventos que hacía en la adolescencia, lo que le impedía continuar.
Aún vive este joven en la casa humilde de su abuelo, justo detrás de la de sus padres. La tierra que lo vio nacer la hace producir con el ímpetu que le inculcó el Negro Chelao desde que era un “vejigo” apasionado por las bengalas y las pistolas.
En tres caballerías de tierra, además, dedican espacio a los cultivos varios que les sirve de alimento a su fuerza de trabajo y a la familia, pero, igualmente, venden donde lo determine la Empresa y donan a instituciones sociales.
“El tabaco me gusta más que todo. Cuando termina una campaña y llega agosto no me hallo, enseguida le digo a mi papá que hay que preparar la tierra para los semilleros. Es algo que no me puede faltar, es una costumbre, porque lo he visto desde pequeño.
“Y no es producir por producir o para tener dinero. Nadie se imagina el sacrificio que lleva dedicarse al tabaco. Esto tiene que ser por amor a lo que se hace. Y en estos tiempos, es más necesario todavía. A veces tienes que buscar los mecanismos para lograr las cosas, lleva tiempo, pero no puedes cansarte ni darte por vencido, eso me lo enseñó mi abuelo”.
(Tomado de Guerrillero)