Quien escucha sobre la finca agroecológica Los Melones, ubicada en el matancero municipio de Martí, pudiera vitropensar que la fruta, a veces redonda y otras ovalada, exquisita para la preparación de jugos, constituye la producción mayoritaria y hasta única del lugar. Lo que menos imaginará es que, en las 19.6 hectáreas (ha) de extensión, coexisten desde plantaciones de plátano, guayaba, caña, papa y sembrados de girasol; hasta pavos, gallinas, cerdos y abejas.
Se trata de un proyecto familiar que inició en los duros años 90 del pasado siglo, y ha alcanzado mucho más que la soberanía alimentaria hogareña, al punto de convertirse en referencia para el país.
Los Melones y sus plátanos extradensos
Es de mañana y en la finca, desde el mismísimo amanecer, hay más ajetreo del habitual. Bien temprano, en transporte colectivo, motores y bicicletas comenzaron a llegar manos solidarias a Los Melones, bajo el incentivo de un trabajo voluntario. Se dieron cita en el lugar trabajadores de Finanzas y Precios en el territorio, de la sede martiense de la Oficina Nacional de Administración Tributaria, del Poder Popular, del Partido, vecinos…
“Vinieron a apoyar en la siembra del plátano, porque iba a ser un poco más fuerte. No teníamos corriente ni agua, tuvimos que hacerlo con pipas, pero salió el trabajo. Hoy sembramos 1 ha de la variedad FHIA-04 en un marco de siembra extradenso. Al final, es un cultivo que va al pueblo y este lo acepta bien”, explica Javier Far Vera, experimentado en estas cuestiones, tanto en la tierra como en avances tecnológicos, mientras la brigada de hombres y mujeres, luego de una jornada extenuante, recobra el aliento en área techada, y algunos se deleitan con un vaso de caldosa.
El cultivo de plátano extradenso constituye una forma de sembrado con la que se aprovecha más el terreno. La modalidad, que ya se aplica en otros rincones de la provincia, garantiza una mayor cantidad de producciones en áreas en las que, cultivando de modo tradicional, el rendimiento, básicamente, sería la mitad de lo ahora previsto.
“¿Ves esos surcos de separación entre las hileras de plátanos? Se les llama calles. Ahí, cuando estos cultivos estén espigaditos, plantamos más cepas; de forma tal que unos van soltando tetas, mientras los otros ya entran en etapa de crecimiento.
“En el marco tradicional, serían solo 1 200 plantas. Con este sistema, a 1 ha le caben 3 070 matas, lo que oscila entre 30 y 50 toneladas de frutos por hectárea. Escogí esta variedad (FHIA-04) porque tiene muy buena aceptación en la población y da quintales. Los racimos dan entre 60 y 80 libras, que se traducen en un rendimiento casi óptimo”, comenta emocionado el guajiro, alto y esbelto como una palma, y le coge otra cachada al tabaco.
Pero no solo allí se siembra FHIA-04, también hay “burros”, “machos” y hasta alguno de “fruta”. Aquellos plátanos reverdecidos y saludables, llamativos a la vista del visitante, tienen su origen más allá de las fronteras matanceras.

Las vitroplantas, también conocidas como plantas in vitro, son plantas cultivadas en un ambiente controlado y estéril, mediante técnicas de biotecnología. Se obtienen a partir de pequeños tejidos vegetales, como yemas o meristemos, que se multiplican en un medio de cultivo artificial.
Las vitroplantas utilizadas en Los Melones proceden de Villa Clara, donde se encuentran centros punteros en investigaciones agropecuarias y con resultados en el fortalecimiento de cultivos, que han logrado cepas más resistentes a las plagas y de producciones superiores.
“Queremos ampliar el área de sembrados con la intención de tener en nuestra finca la semilla y, por medio de un yemero (área con abono orgánico), alcanzar soberanía en ese sentido”, refiere el soñador, que tiene claro hacia dónde orientar la brújula.
Pero lo de Javier no es solo plantar o dirigir al personal que lo hace. Si le preguntas, te explica sobre cuán crucial resulta dar descanso a la tierra, cómo combatir plagas y lo necesario de combinar cultivos para mantener la salud del suelo, aunque los detalles más “científicos” dice el guajiro que son cosa de su esposa.
También con rostro de mujer
Basta mirarle a los ojos para percatarse de que Limay Martínez Menéndez es una mujer de pocas palabras. Con pantalón, mangas largas y botas de agua, la ingeniera agrónoma se camufla entre las féminas de la brigada de apoyo como una más.
Solo quien vive por la zona, o le conoce de referencia, sabe de sus sacrificios para que aquel trozo de tierra produzca en cualquiera de sus variantes, de sus desvelos, de su quehacer extendido en jornadas que tienen saben cuándo inician pero nunca la hora que terminan.
“Hemos levantado esto con esfuerzo propio. Las cosas las discutimos, las planificamos, las elaboramos en conjunto —prácticamente susurra entre dientes, con un tono tan bajo que se pierde entre el sonido de las aves, el bullicio del gentío que ya se retira y el bramido de cierta res no tan alejada del lugar del diálogo.
“Mi función consiste en indicar lo que se hace, cómo se cultiva, y así, hasta el pico de cosecha. También apoyo con los animales. Bueno, eso es algo que hacemos la niña y yo”.

Laritza es la “pequeña” de casa, la que aprendió a gatear y correr en las un poco más de 19 ha de Los Melones. Ella ha aprendido a querer tanto el espacio que, cuando le preguntas cuánto significa para ella, solo deja escapar una palabra: familia.
Tanta devoción le fue transmitida por las líneas materna y paterna, que no pudo estudiar otra cosa sino Medicina Veterinaria, donde cursa el tercer año. “Amo los animales, y de esa manera puedo ayudar a mis padres. Los apoyo, dándoles otro punto de vista desde mi aprendizaje, más profesional”.
Laritza esa mañana no estaba ahí. Le tocaban clases y, según su madre, es muy responsable con ello, porque sabe que todo el conocimiento que adquiera lo empleará después en favor de una mayor productividad.
Decía Gardel que 20 años no son nada, pero 26 arando la tierra, cosechando, enfrentando plagas, sequías, limitaciones, intentando sacar adelante una finca agroecológica y llegar a certificarla… ¡esos sí cuentan!
De ello está segura Limay, productora de complexión delgaducha, cuya metamorfosis la transforma en una luchadora incansable. Ella es esquiva a los micrófonos, pero con una coraza para enfrentar retos y un convencimiento total de que en el amor familiar está la clave del éxito.
“Él siempre ha tenido muchas ideas. Empezamos con una pequeña parte y después fuimos agrandando, agrandando… y mira la extensión de tierra que tenemos. Lo primerito que hicimos fue criar cerdos y sembrar la comida para alimentarlos.
“¿Qué me parece ahora este proyecto familiar? ¡Imagínese! Es la vida de nosotros, nuestro futuro está aquí, en la finca”.
Como un panal de abejas

Da gusto caminar Los Melones en todos sus puntos cardinales. Lo mismo al norte que al sur te sorprende un cultivo con mucha vitalidad, como de revista. Guayaba, limón, caña, frijol, papa agroecológica, girasol, 5 ha de plátano burro, 1 ha de FHIA-04 en extradenso con un crecimiento avanzado, y otra recién sembrada. Hay de todo un poco en la finca de Javier. Incluso, hasta se mencionaron alevines por ahí.
Para el productor, el secreto de la vitalidad y los resultados está en sus aliadas más preciadas, unas trabajadoras a las que no les paga en efectivo, sino respetando sus espacios: las abejas.
“Tenemos 11 paneles, pensando siempre en la polinización. Ellas están ahí, en sus casitas, esperando los cultivos para empezar a hacer su trabajo. Sin abejas no hay producciones, benefician mucho a sembrados como la calabaza y el melón. Tenemos vínculo con otro productor que es quien viene y extrae la miel”, refiere.
Todo este gran proyecto comenzó por una necesidad económica en tiempos muy difíciles, cuando, en vez de más lamentos, surgieron estrategias y un empeño por sacar la familia adelante. “Mi primer pensamiento fue sobre cómo obtener beneficios en la mesa, qué llevar al plato.
“Primero llegó el cerdo, después nos dimos cuenta de que teníamos que producir la comida para alimentarlo; nos chocó no tener qué darle, depender de pienso. Decidimos buscar soluciones para evitar los costos y riesgos de comprar insumos externos. Luego, llegaron los sembrados alternativos, las crías de animales extendiéndose y, hoy, hasta las abejas constituyen parte importante en Los Melones”.
Al lado de Javier, sabiéndose su mano derecha, la persona que le acompaña y ayuda a realizar cada uno de los sueños hacia donde el productor enfoca su brújula, se encuentra Alián José Arias Hidalgo, un joven de 37 años que un buen día dejó los tentativos hoteles de la península de Hicacos por un puesto en la finca.

“Soy graduado de técnico medio en Cultura Física y Deporte, pero siempre me ha gustado la agricultura. Trabajé durante tres años en Varadero, hasta que me decidí por el campo. Lo que él me manda a hacer, lo hago. Siempre estamos trabajando.
“Lo que más me gusta sembrar es la caña; aquí hay variedades originales, tradicionales, como la cristalina, la medialuna, la cinta… En cuanto a animales, también apoyo en la cría de cerdos, gallinas, patos, guanajos, carneros y caballos. Vamos a insertar la cría de conejos”.
Ser la mano derecha de Javier no es un título tan sencillo de alcanzar. “Aquí lo más difícil es trabajar la agricultura, pero, cuando tienes deseo y juventud, se hace. Me levanto a las 6:00 a. m., o antes, y nos acostamos a las 10:00, 11:00…, a veces nos coge la una de la mañana trabajando, porque la finca hay que mantenerla produciendo”.
¡Y así sucede! En Los melones no se descansa. No importa si es lunes, miércoles o domingo; si amanece o anochece… En la unidad perteneciente a la Cooperativa de Créditos y Servicios Pedro González Díaz, y que forma parte del Proyecto de Desarrollo Integral del municipio Martí, se labora sin descanso para lograr la soberanía alimentaria, y no solo de casa.
En las 19.6 ha de extensión de la finca agroecológica coexisten un sinnúmero de especies de flora y fauna, y siempre habrá espacio para más, porque la devoción, entrega y planificación estratégica en ese lugar van de la mano.
El proyecto familiar que nació en la adversidad no le teme a tropiezos y ha aprendido a sortearlos más allá de crisis. Para Javier y su tropa, la máxima es producir, y su límite: infinito.
(Tomado de Girón)