La paradoja del Pelibuey cubano

En el redil de la UEB Derivados de la Empresa Agroindustrial Azucarera Arquímedes Colina, de Mabay, el doctor en Medicina Veterinaria, Jaime Vázquez Aldana, sostiene entre sus manos curtidas por los años un semental Pelibuey, mientras la cinta métrica revela una verdad incómoda: 72 centímetros de alzada, 81 de perímetro toráxico, 30 de circunferencia escrotal.

Estas cifras, como signos vitales, deberían anunciar prosperidad en el rebaño; sin embargo, varias causas lastran el crecimiento esperado.

“El semental es el vector principal del progreso genético”, explica Jorge Valentín Ramírez Ray, investigador titular del Instituto de Investigaciones Agropecuarias Jorge Dimitrov y jefe del Proyecto de Desarrollo Sostenible del Ovino, mientras recorre el predio en el cual resaltan a la vista 44 reproductoras y cinco sementales, con la sombra de lo que fue un centro de desarrollo ovino.

Los ovejos de raza Pelibuey caminan sobre la historia de un programa genético que Cuba supo tener y que, hoy, naciones como México exhiben como trofeo, mientras aquí la consanguinidad –ese incesto ganadero– degenera la raza.

Según expertos, la crianza del Pelibuey experimentó un alza entre los años 80 y 90; sin embargo, esa promesa de desarrollo se ha visto mermada. Hoy, la masa ovina lucha por recuperarse, enfrentando un complejo entramado de vulnerabilidades que conocedores de su crianza y productores se esfuerzan por superar, para convertir al ovino en el pilar económico que su potencial augura.

La cultura del sacrificio irracional

Vázquez Aldana identifica con una frase contundente uno de los principales problemas: “las personas dicen que cuando hay una reunión, los ovejos tiemblan”. Esta cultura de sacrificar el animal más grande disponible para un evento, sin discriminar si es un semental o una hembra reproductora, ha diezmado la base genética.

Frente a esta realidad, los productores particulares demuestran una resiliencia encomiable. Según Vázquez Aldana, la mejor masa ovina que hay en el país la tienen los particulares, con menos condiciones que los estatales. Aunque sueltan a los animales en menos tierra y con horarios de pastoreo limitados por sus ocupaciones laborales, obtienen resultados.

Para muchos campesinos, “el Pelibuey es como una cuenta de banco en la casa”, un capital vivo que, en momentos de necesidad, se puede convertir rápidamente en recursos.

Luis Carlos Viamonte, veterinario de la cooperativa Primer Soviet, en la demarcación de Mabay, corrobora que varios productores particulares en su zona mantienen ovinos Pelibuey en buenas condiciones corporales.

Reutilio Ramos Peña, presidente de la UBPC Francisco Vicente Aguilera, e Ibis Villa Millán, presidenta de la CPA Primer Soviet de América, son ejemplos inspiradores del compromiso hacia la crianza de ovinos en sus respectivas cooperativas. En Pompita, Reutilio lidera un esfuerzo admirable para alcanzar una reproductora ovina por cada uno de los 119 trabajadores, con la noble misión de satisfacer la demanda de proteína en los comedores locales. Su masa de 75 ovejos y 28 caprinos se alimenta, principalmente, de pasto natural cultivado en unas 45 hectáreas, aunque también están incursionando en la siembra de forrajes.

Por su parte, Ibis Villa Millán y su equipo se han propuesto mejorar el rendimiento de su ganado mediante un cambio de raza y la siembra de king grass, moreras y titonias. Su visión se centra en lograr la soberanía alimentaria para abastecer el comedor obrero y contribuir al bienestar de los 932 habitantes de su comunidad, aunque aún están en el camino hacia la autosuficiencia.

Los cuatro jinetes del apocalipsis ovino

Los expertos coinciden en que los puntos críticos que estrangulan el desarrollo del Pelibuey cubano estriban en la alimentación, la reproducción, la salud y la genética.

El problema más grave, según Vázquez, es el manejo de la alimentación. La alta humedad en ciertas zonas provoca enfermedades podales. La solución pasa por un manejo racional: no sacar los animales con humedad y proporcionarles comida en el redil. Ramírez enfatiza que el ovino es un alto aprovechador del pasto, pero se requiere una alimentación estratégica para lograr ganancias de peso adecuadas.

Igualmente, enfatiza en que la falta de control reproductivo y los sacrificios indiscriminados han generado una alta consanguinidad, lo que ha llevado a una degeneración del Pelibuey cubano.

“La consanguinidad está acabando con el rebaño”, alerta. La solución pasa por un control estricto de los apareamientos y el uso de registros, una práctica sencilla pero aún no generalizada.

Luis Carlos Viamonte señala que una de las limitaciones más grandes es la falta de recursos básicos, como medicamentos, necesarios para atenuar en estas zonas bajas el parasitismo, una amenaza constante que incide directamente en el crecimiento y la salud de los animales.

Ante este escenario, la estrategia inmediata del Proyecto de desarrollo sostenible del ovino en Granma, se sustenta en una selección rigurosa para mejorar el rebaño a partir de los animales existentes, y en el futuro, introducir razas mejoradas como la Dorper o la Katahdin, para cruzarlas con el Pelibuey cubano y potenciar la producción de carne.

Al atardecer, cuando los animales regresan a sus corrales, se dibuja la metáfora perfecta: el Pelibuey es un ganado que no necesita grandes inversiones, sino un adecuado manejo y ciencia aplicada.

Faros de esperanza

El rescate no es un sueño lejano; tiene ejemplos concretos. Vázquez Aldana destaca a Pilón como un municipio en el que se ha avanzado: “que el Gobierno y el Partido han dedicado espacio y tiempo para desarrollar el proyecto”.

El clima costero de Pilón, con su salinidad y sus leguminosas, favorece a los animales, al reducir las enfermedades podales y respiratorias. Por su parte, Ramírez Ray identifica a Jiguaní, Cauto Cristo y Río Cauto como los municipios que hoy mantienen la puntera en la masa ovina, seguidos de los territorios costeros, aunque hay zonas como Jucarito, con niveles de salinidad favorables para el ovino.

Ray despliega algunos gráficos que duelen por su lógica incumplida: “Un animal que gana cien gramos diarios, en diez días suma un kilo. Pero nosotros tenemos animales que a los dos años siguen sin peso de sacrificio”. Sus palabras trazan la ruta crítica: alimentación mal manejada, reproducción anárquica y parasitismo que no mata, pero condena al crecimiento lento.

“Pese a este escenario, existen potencialidades por explotar. Mabay, por ejemplo, reúne las condiciones que exige la ciencia: un ecosistema con leguminosas rastreras y lo necesario para establecer un núcleo genético. El paso pendiente es despertar la motivación de las autoridades políticas y de los productores para impulsar el desarrollo de esta cadena de valor; el proyecto Desarrollo Sostenible de Ovinos ha demostrado que, acompañado de la voluntad política, los rebaños crecen. Así lo confirman los resultados en Pilón y Niquero.

“Insisto, Mabay, junto a las localidades aledañas de Julia y Pompita, tienen el potencial para convertirse en uno de los polos productivos más importantes del oriente de Cuba, y que la población y los trabajadores consuman carne de ovino, y, además, puedan suplir las necesidades de los polos turísticos más cercanos. Cuentan con tierra, base científica y capacidad para producir alimento animal, desarrollar la cría genética, y completar la cadena de valor de la producción de carne ovina. Solo resta traducir la voluntad política en acción sostenida”.

Un futuro posible

Mientras en algunos países la tasa es de seis ovinos por habitante, en Granma la relación es inversa: casi siete habitantes por un ovino. Por ello, “la meta fundamental es el crecimiento de la masa. Lograr que cada trabajador de las bases productivas tenga, al menos, una reproductora sería un salto importante”, apunta Ramírez.

El camino es arduo, pero la ruta está trazada. Combina el conocimiento técnico con la experiencia del productor local, la mejora genética con un manejo alimentario y sanitario inteligente.

Mientras tanto, el Pelibuey sigue esperando, como esas crías que –según demuestran las curvas de crecimiento– no deberían pastar durante sus primeros 30 días de vida, sino recibir cuidado especializado para desplegar su potencial.

En este rincón de Granma, la raza Pelibuey constituye un testamento de lo que Cuba fue capaz de crear, y un examen sobre si será capaz de salvarlo. La respuesta está escrita en los potreros, esperando que alguien lea las señales y que la cadena de valor no se rompa en el eslabón de la decisión.

(Tomado de Granma)

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