
Algunas personas están empleando tarjetas magnéticas de fallecidos para acumular o extraer grandes sumas de dinero en cajeros automáticos, advertía hace poco la prensa nacional.
Más allá de lo censurable que resulta hacer algo semejante, este suceso añade otro argumento a la urgente interconexión, o para decirlo mejor, interoperabilidad ágil y digital que necesitamos entre los sistemas de bases de datos de las diferentes entidades públicas prestadoras de servicios o fiscalizadoras de estos.
“En el caso de los emigrados es más difícil, porque la persona que se quedó con la cuenta, que ya tenía dinero o a la cual le están ingresando, hasta tanto no se desmagnetice el dispositivo (lo que la obliga a ir al banco), nosotros no nos enteramos”, admitía Eugenio Teruel Soteras, director jurídico del Banco Metropolitano, refiriéndose a lo que está ocurriendo con ciudadanos que salen del país, pero cuyas cuentas bancarias asociadas a una tarjeta magnética siguen siendo operadas por otros individuos, con su permiso o no.
Una revisión en las oficinas del Registro de Consumidores (OFICODA) demostró que continuaban entregándose las correspondientes cuotas de productos de la canasta básica familiar normada a miles de pobladores que habían salido definitivamente de Cuba o ya habían fallecido. En el 2023, el Ministerio de Comercio Interior (MINCIN) manifestó sus intenciones de impulsar el desarrollo de la bodega digital y la libreta de abastecimiento virtual; sin embargo, no tenemos noticias de que aquello fuera más allá de los ensayos hechos en la Isla de la Juventud.
Dos años atrás, la Oficina Nacional de la Administración Tributaria (ONAT) hizo valer sus facultades y reguló la salida del país de contribuyentes a quienes se les verificó obligaciones tributarias no cumplidas dentro del término establecido a tales efectos. Esta es, quizás, la evidencia más clara que tengamos de enlaces de nuevo tipo entre dos sistemas claves dentro de la maquinaria burocrática nacional, aunque no sabemos si lo hicieron valiéndose de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, o mediante los esquemas analógicos o tradicionales, entiéndase el papel o el nexo presencial.
Paradójicamente, vemos más y más computadoras en nuestras empresas y entidades públicas o privadas; y aplicaciones que desde los teléfonos móviles nos proveen del acceso a servicios y productos. A pesar de las críticas y las insatisfacciones, resulta claro que tenemos una sociedad más informatizada que hace 10 años, ¿dónde está el problema entonces?
Sucede que esa informatización hasta ahora no supera la llamada Tercera Revolución Industrial, cuya concepción de los sistemas se conformaba con crearlos para solucionar problemas específicos en áreas aisladas, incapaces de funcionar de manera interconectada. Esto ha llevado a que, a pesar de que varias áreas de una organización estén informatizadas, no puedan comunicarse entre sí, con las consiguientes barreras y pérdidas de tiempo en la obtención y estandarización de información.
¿Resultado? Todavía cuando en el rol de usuario acudimos a un trámite determinado debemos reiterar innecesariamente datos que, de existir un enlace, por ejemplo, entre el sistema de Justicia y bancario, no tendríamos que aportar, acelerándose la gestión en sí.
Las instituciones también salen perdiendo, porque demasiadas cosas dependen la buena voluntad de las personas; de que los ciudadanos les “avisen” de fallecimientos, nacimientos o de su natural movilidad dentro o fuera del país; y como ya se ha visto, más de un malhechor se está aprovechando de esas falencias.
Necesitamos entonces avanzar hacia una cuarta generación en el modo en el que se edifiquen o modifiquen los engranajes informáticos, para que estos sean capaces de “hablarse” y “escucharse” entre sí. ¿Cómo se traduce eso? En que compartan contenidos y colaboren, independientemente de las tecnologías que estén utilizando; haciéndonos la vida menos complicada.
Para eso, explican los especialistas, es inaplazable definir un estándar de interoperabilidad, o dicho en términos coloquiales, un lenguaje común que les posibilite a los diferentes sistemas informáticos trabajar juntos y resolver inconvenientes complejos: si una persona ha salido del país, que el resto de los registros lo sepan y, a tiempo, determinar si no tiene deudas con el fisco; si cambiamos de dirección en el Carné de Identidad, que automáticamente esos nuevos datos vayan a las demás instancias.
Ahora mismo la informatización de procesos en Cuba es limitada, especialmente en el acceso a sistemas vitales como el registro de identidad, debido a legítimas alegaciones de seguridad nacional. Desgraciadamente y sin detrimento de tal medida de protección, ese ingreso digital debería ser estándar y abierto para permitir, por ejemplo, la identificación de personas lo suficientemente rápido desde la banca y las pasarelas de pago.
Obviamente hablamos de un propósito que implica inversiones y riesgos, porque eleva la dependencia del suministro energético y de la periódica renovación del equipamiento que lo soporta; además, añade desafíos en el ámbito del respeto a la privacidad y de los datos personales. Sin embargo, los costos de no hacerlo parecen ampliamente mayores.
¿Qué será más caro? ¿Invertir en la interconexión entre el Registro de Consumidores, el fiscal, los bancarios y el de identidad y extranjería, o las considerables cantidades de dinero drenadas de las arcas públicas para adquirir alimentos u otros productos para personas que, por una razón u otra, ya no están físicamente entre nosotros? Por solo citar un ejemplo.
Aunque existen limitaciones tecnológicas y burocráticas en los sistemas actuales, la idea de integrar diferentes estándares de comunicación ronda las mentes de programadores, emprendedores domésticos y directivos de la Unión de Informáticos, para crear un ecosistema de aplicaciones que puedan resolver problemas de manera más eficiente.
Son decisiones que sobrepasan el ámbito territorial; pero, ¿por qué no abrir paso a propuestas que quizás a menor escala puedan colocarse en el bando de las soluciones frente a estos problemas? Puede que suene sumamente complejo lograrlo, hasta titánico, y lo es; mas, no plantearse al menos la idea, no considerar las opciones, lleva a ceder de antemano ante obstáculos que ni siquiera se han evaluado con certeza.
(Tomado de Periódico 26)