Contingentes de electricistas dejan a sus familias para llevar luz al oriente de Cuba

La madrugada avileña tiene un olor a tierra mojada y despedida. Frente a la sede de la Empresa Eléctrica, una silenciosa ceremonia se repite en la penumbra: son esposas que ajustan una última correa en el casco, hijos que abrazan piernas cubiertas por overoles, familiares que llegan con una jaba donde meten, casi como un acto de amor, el desodorante o la pasta de dientes olvidados en la premura. Es la partida de otro contingente de electricistas hacia el oriente arrasado por el huracán Melissa.

Dentro de cada casa, la maleta se convirtió en un contenedor de emociones encontradas. La ropa de trabajo, áspera y práctica, lleva escondida en un bolsillo una foto de los hijos. Los gestos cotidianos, como ajustar la correa de un casco, se cargan de un significado profundo, mezcla de cuidado y temor.

“Cuídate mucho, mi vida. Aquí te esperaremos Klayen y yo”, le dice una esposa. En esa frase simple cabe todo el miedo y todo el orgullo. Klayen, de apenas cinco meses, mañana sabrá que su padre, Yordano Álvarez Vilches, de solo 22 años, fue a darle luz a otros niños de los lugares afectados por el huracán.

No hay discursos grandilocuentes. Solo abrazos que se alargan unos segundos de más, miradas que lo dicen todo, y la certeza de que en estos días, la familia se extiende más allá de la sangre: son todos los que esperan en la penumbra. Es la hora de la despedida.

No se van a la guerra, pero parten a una batalla. Dejan atrás el rumor familiar de la provincia avileña para adentrarse en el silencio roto de la región oriental, donde el huracán —para qué mencionar nombre— ha levantado techos, cercenado cables y derribado hileras de postes. Son los electricistas, los hombres de las líneas eléctricas; los de la luz, los que cargan sobre sus espaldas el peso de devolver la corriente a una región a oscuras.

Los primeros rumores acá hablan de que irán a Santiago de Cuba, otros mencionan a Guatánamo. “Da lo mismo”, dice Raúl Pérez Pereira, quien, previó al ciclón, se pasó varios días en la Ciudad Heroína y sus barrios: Padre Pico, el Cajón de Maipo, Bella Vista, Chicharrones… “Allí apoyábamos y atendíamos las quejas de la población. Acá en casa llevamos una semana y ya nos tocaron campana para volver. Allá estaremos en unas horas. Imagínate, en 20 años cuántas veces hemos hecho la mismo. Es la ley de los eléctricos”.

La preparación es un ritual de oficio. Previo a la partida ya ellos han revisado las herramientas que son extensiones de sus manos; los guantes de cuero gastado, cascos arañados, arneses que han detenido caídas, son revisadas con una minuciosidad religiosa, relató Granma.

No hay espacio para el fallo. Un cable en mal estado, un aislante rajado, puede ser la diferencia entre la vida y la muerte cuando se trabaja al borde del peligro.

“Lo primero es la seguridad del colectivo”, comenta Daniel Pérez García, director general de la Empresa Eléctrica de Ciego de Ávila, con voz serena, quizá escondiendo la presión de quien sabe que lleva vidas en sus órdenes. Antes de la salida, revisó cada detalle: cables, fusibles, estado de los carros cesta, la grúa Toimil… Cada objeto es una promesa de luz futura.

El contingente avileño, compuesto por 87 personas, comienza a moverse. Camiones sobre camiones. Equipos ligeros y pesados sobre las rastras; los hombres y algunas mujeres, en ómnibus de Transtur, pusieron proa al oriente de Cuba. Atravesarán la geografía de la isla para adentrarse en el territorio de la emergencia, donde los esperan días agotadores, torres derribadas y cables como serpientes enredadas en escombros.

Pero también cargan con algo más poderoso que cualquier huracán: la determinación. La certeza de que en sus manos, curtidas por el oficio, llevan no solo electricidad, sino un mensaje de solidaridad concreta, de que ningún cubano está solo en la adversidad.

Allá deben estar en plena faena Ramón Calvo Fariñas, jefe de brigada; Adismir Segura Zayas, el liniero; los experimentados Miguel Cuéllar Cubas; Darcy Pelier Rodríguez, Yordanys Matos Guisado; Wilber Forcades Banes, el chofer de Transtur; Héctor Verdecia Alonso; Osvaldo Silva Burgos, el rastrero, entre muchos otros; un huracán al revés: una fuerza que va a devolver, poste a poste, cable a cable, la luz que une a un pueblo: la de la solidaridad.

Esta movilización no es un hecho aislado. Desde Matanzas, una fuerza integrada por unos 60 efectivos está destinada específicamente a la zona urbana de Bayamo, provincia de Granma. Al frente de dicho colectivo de especialistas y obreros se encuentra Jorge Alejandro Rodríguez, director general de la Empresa Eléctrica del territorio matancero.

Mientras en Oriente Melissa reducía a 3 su categoría, personal y medios del sector eléctrico elevaban a fuerza 5, desde el centro y occidente del país, su poder en la decisiva escala de la solidaridad humana, institucional y estatal. Linieros de La Habana, Pinar del Río y Artemisa se sumaron al esfuerzo, junto al Contingente Serafín Sánchez Valdivia de Sancti Spíritus.

“Trabajen con total dedicación, pero con prudencia” –les recomendó Ekaterina Gogüen Dickinson, integrante del Comité Central del Partido y máxima dirigente obrera en la provincia.

En Camagüey, otra escena conmovió a todos. Una niña, con los ojos llenos de lágrimas, se aferró a la pierna de su padre. “Papito, no te vayas… La otra vez te demoraste mucho en regresar”. Frente a ella, arrodillado, el liniero le dijo: “Mi vida, yo regreso pronto. Allá, en un lugar lejano a tu casita, muchos niños se quedaron sin techo. Un ciclón malo llamado Melissa se los llevó. No llores, tu papito regresará”.

Y así con esa seguridad partieron los 65 hijos de tierras agramontinas, tal y como lo hicieron 66 villaclareños, listos incluso cuando los vientos de Melissa todavía soplaban en el oriente. Con todos los medios necesarios emprendieron el camino a otro pedazo de Cuba, que ahora lo necesita y los reclama.

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