Obreros como Esmeraldo Céspedes Sánchez, mecánico jubilado del avileño central Enrique Varona, exclamaban hace más de un decenio: “¡Nos quitaron el plan vacacional, lo único que teníamos para disfrutar con nuestros hijos en la playa de Punta Alegre!”.
La desazón de Esmeraldo desde la desaparición de aquella bien pensada alternativa, domina el universo simbólico de muchos cubanos, quienes añoran el retorno de aquellos días y de esos lugares.
Todo comenzó así
En los albores del proceso revolucionario, el Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, definió el futuro de cientos de viviendas y otras instalaciones, fundamentalmente ubicadas en zonas de playas exclusivas del país, incluidos los hoy círculos sociales. Dijo Fidel: “Serán para el disfrute de los trabajadores”.
Entonces, a través del movimiento sindical y de organismos directivos del turismo, millones de trabajadores y sus familiares se recrearon, como dueños, del encanto de las playas cubanas. “Aquellos eran tiempos de felicidad, y solo por las casas enclavadas en Playas del Este, en la capital cubana, pasaban cada año alrededor de un millón de trabajadores y familiares”, acuña Gloria Esther Becerra, con gran experiencia sindical especialmente en temas emulativos, de estimulación a vanguardias y sobre aquellas casas en la playa, programa que atendió por casi 20 años.
“Para inicios del período especial y por el gran deterioro de esas edificaciones surgió la iniciativa de entregarlas a los sindicatos de La Habana que a través de sus empresas pudieran arreglarlas y ponerlas a disposición de sus trabajadores”, rememora Gloria Esther.
Reseña que “eran más de 600 las casas utilizadas con esos fines, desde Celimar hasta Veneciana en el litoral norte. A ellas se unían otras en Jibacoa, pertenecientes a la actual provincia de Mayabeque, y que elevaban el total a más de 700 viviendas”.
La idea pica y se extiende…
El trabajo se perfeccionó y se evidenció un gran sentido de pertenencia en las respuestas de empresas, instituciones y centros en la creación de condiciones que elevaran el confort.
El programa creció y se extendió a todo el país. “En Las Tunas fundamos un movimiento con empresas y sindicatos, y aparecieron sitios para la estimulación, en la Agricultura y en el Ministerio del Azúcar (Minaz), las dos actividades económicas básicas del territorio”, afirma José Vistorte Pupo, quien fue miembro del Secretariado Provincial de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) en esta zona oriental. De 1987 a 1998, estuvo al frente de la estimulación a trabajadores y sus familias en las villas del territorio, y no olvida cómo los encantos naturales de las playas locales rendían pleitesías al mérito laboral.
A la organización sindical se le entregaron las 100 cabañas de La Boca. “Fueron distribuidas a los sindicatos, y se repararon todas para los meses del plan vacacional, garantizándoles un nivel de aseguramiento y recursos que se iban acopiando desde los primeros meses del año”, explica Vistorte Pupo.
“Tunazúcar era la meca, por sus condiciones, la calidad de sus ofertas y la cercanía a la ciudad capital. Sus instalaciones acogían a vanguardias nacionales y destacados de la zafra, macheteros y operadores de combinadas. Además, disponíamos de 19 habitaciones en Varadero y 20 en el Hotel Las Tunas”, precisa.
Julio Martínez Guerra, por entonces secretario general del Sindicato de Trabajadores Azucareros en Las Tunas, recuerda: “Todas las empresas del sector poseían centros de estimulación con hospedaje incluido, excepto Majibacoa, que construyó un ranchón con piscina, utilizados en pasadías”.
Con recursos y esfuerzos propios
Las direcciones administrativas y sindicales, junto a los trabajadores levantaron y sostuvieron estos lugares recreativos, sin gravar la economía de las entidades, ni del Estado.
Lo ilustra con su relato Elci Cecilia Martínez Couce, especialista de gestión económica en la Empresa de Construcción y Montaje de Pinar del Río (Attai): “En 1986, en lo que era Obras Industriales, los trabajadores decidimos que el premio —así llamábamos al pago de utilidades— se destinara a construir cabañas en la playa de Boca de Galafre, en el municipio de San Juan y Martínez. Adquirimos el terreno e hicimos las primeras 12 cabañas; luego continuamos ampliando la cifra”.
Al final, solo en Playa Bailén, el balneario más grande de Pinar del Río, hay 37 villas y 80 cabañas, administradas hoy por la Empresa Provincial de Alojamiento y Gastronomía.
Pedro Barrera Osorio, dirigente sindical del sector eléctrico en Las Tunas, refiere que brigadas de construcción de la propia empresa, con el apoyo de otros trabajadores, en jornadas voluntarias extendidas, ayudaron a construir o reconstruir las villas, que por algunos años fueron un oasis para los trabajadores y sus familias.
Sostenible…
Estos espacios fueron levantados “con presupuestos de cada sector a partir de las utilidades destinadas a esos fines, y en estrecha coordinación con la administración y el sindicato”, señala Carmen Tamayo, quien fuera dirigente del sector azucarero en Las Tunas.
Julio Martínez Guerra comparte esa opinión y agrega: “El equipamiento de los inmuebles se adquiría también, de mutuo acuerdo, a partir de las utilidades que recibían las unidades por concepto de estímulo. Fue tal el júbilo que en algunas jornadas en la construcción de Tunazúcar hubo casi mil trabajadores a pie de obra, provenientes de todas las empresas azucareras del territorio.
En aquellos años, enfatiza, las unidades productoras garantizaban la alimentación de sus vacacionistas sin afectar la atención al hombre que se mantenía en los campos y en las industrias. Como parte de la estrategia se promovía el ahorro de recursos para ponerlos a disposición de los estimulados en la etapa vacacional.
Los entrevistados coinciden en que el programa constituía un sistema sostenible, pues permitía el mantenimiento y la reparación de los centros. Incluso los azucareros apoyaban a otros sindicatos como el de la Salud y la Administración Pública.
Los vacacionistas de la rama eléctrica, detalla Barrera Osorio, pagaban a precios módicos un paquete que no le dejaba pérdidas a la entidad, sino márgenes aceptables de ganancias, y tenían asegurados el transporte de ida y regreso, y la alimentación. Los ingresos iban a la caja central de la empresa.
Recuerda Vistorte Pupo que los presupuestos de los sindicatos asumían la estimulación de los vanguardias nacionales, y una parte de los provinciales. Los demás vacacionistas pagaban totalmente sus gastos, a precios ajustados con las fichas de costo. El margen comercial era del 5 por ciento.
José Antonio Pérez, en esos momentos al frente del buró sindical de la Empresa Azucarera Antonio Guiteras y actualmente miembro del Secretariado Nacional de la CTC, refiere que “los aseguramientos, incluidos en los planes de la economía de la empresa, provenían de los autoconsumos, que aportaban viandas, granos, hortalizas, carnes y embutidos de los centros de elaboración…”.
Sin consenso…
Pero un buen día, por los años 2009-2010, se vinieron abajo todas estas ofertas ante la mirada atónita de sus organizadores y beneficiarios. “En la capital nos dijeron que las casas en Playas del Este no continuarían siendo atendidas por los sindicatos, que Islazul se encargaría de eso. A partir de ahí, y en una primera etapa, el movimiento sindical solo recibía capacidades para estimular a sus destacados”, explica Gloria Esther.
Y prosigue: “Al principio los alquileres eran bajos y las ofertas alimentarias bastante buenas. Posteriormente Islazul inició su comercialización para toda la población, para quien quisiera y pudiera, pero en CUC”.
Barrera Osorio remarca que “cuando llegó la decisión de finalizar aquel programa de estimulación hacía solo tres años que habíamos remodelado la villa ubicada en El Raíl, playa La Boca. Hubo que desmantelarla y entregarle todos los recursos a la Empresa de Alojamiento, mientras que la de Punta de Tomate fue demolida”.
Las empresas y los sindicatos no están para eso, la economía no aguanta esas prestaciones, edificaciones sobre la duna… fueron algunos de los argumentos esgrimidos para adoptar la decisión de finalizar aquel programa, aseveran entrevistados.
Tales explicaciones parecían razonables, pero desconocieron cómo se gestionaban los servicios y los aseguramientos, y no tuvieron en cuenta el impacto de la decisión en el universo laboral cubano.
Como muestra de inconformidad, colectivos como los de la fábrica de Cemento Siguaney y la Empresa Agroindustrial de Granos Sur del Jíbaro, en su momento se resistieron a ceder lo que edificaron con el esfuerzo de sus trabajadores, y una década después no renuncian a recuperarlas.
Ese ha sido un reclamo reiterado en las Conferencias Municipales y Provincial 22 Congreso de la CTC en Sancti Spíritus y en asambleas y conferencias sindicales, e incluso partidistas, en muchas provincias del país.
Hay que reiterar el rol de los proveedores, de los autoconsumos, de las industrias de derivados y que con las utilidades del antiguo Minaz se garantizaba parte del abastecimiento. Los trabajadores pagaban su estancia, con un pequeño margen de ganancia, lo que indica que nadie perdía, todos ganaban.
Lo que el tiempo se llevó
María del Carmen López González, especialista en la Empresa de Alojamiento y Gastronomía pinareña, destaca que en el deterioro de esos centros, influyó, principalmente, “el uso que se les dio en la etapa de aislamiento durante la COVID-19. Nosotros no controlábamos nada, a lo que se agrega que desde que asumimos la administración no se han realizado reparaciones significativas”.
En este territorio, además, afectaron eventos meteorológicos de gran intensidad como el huracán Ian, aunque este no provocó daños estructurales de envergadura. Hoy, de las 231 habitaciones que poseen como potencial, se encuentran fuera de servicio 94, y de estas, 21 corresponden a los anteriores centros de estimulación.
“Entregamos una villa de lujo, sin recibir remuneración alguna. No tenía nada que envidiarle a un hotel. Un total de 21 habitaciones acondicionadas, restaurante climatizado, televisión centralizada, bar-cafetería, un proyecto aprobado de piscina con agua de mar y una de las cocinas mejor equipadas de Trinidad”, aseguró Oscar Hernández, secretario general del buró sindical de Cemento Siguaney.
Las expectativas para los días de vacaciones motivaban a los azucareros de los centrales Ciro Redondo y Enrique Varona en la playa de Punta Alegre, del municipio avileño de Chambas, hasta que la soledad y el silencio se hicieron cómplices del abandono.
Desidia, descontrol…
Once años después, Yosquel Resquene González, vecino de la otrora villa de recreo avileña, denuncia: “El deterioro y el huracán Irma en el 2017 se hicieron cargo de la instalación, pero su mayor enemigo fue el desinterés por recuperarla. De lo que no se llevó el ciclón se adueñaron personas, que la ocuparon al quedarse sin casas…”.
La Villa El Raíl, en playa La Boca (Puerto Padre, Las Tunas), la cerraron porque estaba sobre la duna, y hoy el inmueble sigue en el mismo lugar, pero el vandalismo acabó con puertas, ventanas, pisos, y tazas sanitarias.
En Ciego de Ávila, en el que fue motel del Minaz conviven la suciedad, el aburrimiento y el clamor de las ruinas. Aunque después fue integrado a la Empresa Provincial de Alojamiento, en la actualidad es hospedero de la inercia, un panorama similar al que exhiben las otrora casas de estímulo del territorio.
En La Habana, justo en Playas del Este, no pocas de las viviendas que un día constituyeron estimulante hábitat para los más destacados trabajadores y sus familias, son hoy propiedad individual y las que conservan su estatus institucional parecen más bien salidas de una conflagración bélica, aunque continúan siendo administradas por la cadena turística Islazul.
Los reclamos
Oscar Hernández Pérez, de Cemento Siguaney, confirma que acumula un nutrido expediente de reclamaciones y denuncias a instituciones estatales, medios de prensa nacionales y entes gubernamentales sobre la decisión que eliminó importantes herramientas de estimulación.
Viviana Capote Arencibia, directora de capital humano en Attai pinareña, dice que ha sido testigo de cómo en diferentes espacios, los trabajadores siguen manteniendo vivo el reclamo por esas instalaciones.
Es evidente que hay un consenso sobre la necesidad de que esos centros puedan volver a sus dueños anteriores, “porque creemos que tenemos la razón. La merecemos. La sentimos como una extensión de la fábrica, porque siempre fueron espacios para compartir con tus compañeros, con tu familia”, acotó un cementero espirituano.
¿Fue justa o no la decisión de finalizar el programa de estimulación? No toca juzgar ahora, sino actuar con nuevas ideas. Así piensan muchos, muchísimos cubanos, pues aunque no son tiempos de gloria, y a pesar de la muy difícil situación económica, el alarmante estado de esos lugares constituye un mazazo al rostro del esfuerzo y el buen hacer. Una triste realidad.
Es mayo y no se observa en las calles de Boca Ciega, ni por la Veneciana ni en Celimar ni Guanabo, el incesante ir y venir de bañistas ni el bullicio en centros y villas de otras provincias. Aquella decisión no generó un cambio para bien. Todo lo contrario.
¿Se podrán retomar las mejores experiencias y ponerlas en práctica? Pensamos que sí, siempre partiendo del regreso de esos centros al movimiento sindical, a los trabajadores.
(Tomado de Trabajadores)