Por: José Luis Perelló
Tras un crecimiento esperado del 2.2% en 2024, se proyecta que la economía de América Latina y el Caribe se expanda un 2.4% en 2025, con lo que se mantendría la trayectoria de bajo crecimiento que ha redundado en una menor contribución de la región al crecimiento del PIB mundial en el mediano plazo.
La región enfrentaría en 2025 una pérdida de impulso del comercio exterior para sostener la dinámica de crecimiento, en línea con lo previsto para 2024. Se prevé que las condiciones financieras a nivel internacional se vuelvan más propicias en 2025 con respecto a 2024, aunque estarían sujetas a la materialización de riesgos relacionados al ritmo y la magnitud de los recortes de las tasas de interés de referencia, al fortalecimiento del dólar y al agravamiento de las tensiones geopolíticas.
A nivel regional, se prevé una ampliación del desequilibrio de las cuentas externas en 2025, de conformidad con lo previsto para 2024. Se espera que el consumo privado continúe siendo el principal determinante del crecimiento regional, mientras que la inflación interna podría desacelerarse a un ritmo más lento.
La creación de empleos se mantendría baja en 2024 y 2025, y persistirían las brechas entre hombres y mujeres en los principales indicadores del mercado de trabajo. En 2024 y 2025, el alcance y las acciones de las políticas macroeconómicas se verán limitados para fomentar la capacidad de crecer de las economías de la región. Se espera que el crecimiento económico en América Latina y el Caribe se mantenga bajo y llegue a un 2.2% en 2024, prácticamente sin variación respecto al 2.3% registrado en 2023.
Centroamérica y México se expandirán un 1.8% en 2024, mientras que América del Sur lo hará en un 2.1%, en tanto que el Caribe, sin incluir Guyana, tendrá una expansión del 2.5%. En 2025, se prevé que la región se recupere ligeramente a una tasa del 2.4%, equivalente a 0.2 puntos porcentuales adicionales con respecto a 2024.
Por subregión, la actividad económica para América del Sur experimentaría un repunte hasta llegar a un 2.6% en 2025, que respondería, en gran medida, al mayor dinamismo esperado de la economía argentina, que registraría un alza del 4.3%, lo que supone un aumento de 7.5 puntos porcentuales con respecto a 2024.
Centroamérica mantendría una dinámica de crecimiento estable en torno al 2.9%. Con la inclusión de México, sin embargo, se anticipa un leve deterioro a una tasa del 1.7% en 2025 (frente al 1.8% en 2024).
Por último, el crecimiento en el Caribe (sin incluir Guyana) continuaría en una senda de moderación, en línea con lo observado desde 2022, al alcanzar una tasa del 2.6% en 2025. En contraste, Guyana se distingue por exhibir tasas positivas de crecimiento de dos dígitos y se presentaría como una de las economías de más alto crecimiento a nivel mundial en 2024 y 2025.
Pese a la expansión esperada en 2025, la región permanecería en una trayectoria de bajo crecimiento que convergería hacia una tasa de crecimiento del 2.5% en los próximos cinco años. Esto supone un marcado contraste con las proyecciones para la economía mundial y, en particular, para las economías en desarrollo de Asia, que registrarían tasas de crecimiento del 3.2% y el 4.9%, respectivamente.
La región enfrentaría en 2025 una pérdida de impulso del comercio exterior para sostener la dinámica de crecimiento, en línea con lo previsto para 2024.
En resumen, se anticipa que a mediano plazo todas las regiones en desarrollo mejoren su contribución al desempeño de la economía mundial, con excepción de América Latina y el Caribe. Mientras que en la década de 1990 los países de la región aportaron, en promedio, un 11% al crecimiento mundial, este aporte tiende a reducirse a un 5.9% para el período 2020-2029.
¿Cómo lograr un crecimiento más alto, sostenido y sostenible a mediano plazo?
De acuerdo con lo destacado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (2024), para superar la trampa de la baja capacidad para crecer se necesita una gran transformación productiva, que solo es viable mediante un aumento significativo del nivel de ambición y alcance de las políticas de desarrollo productivo, con un enfoque moderno.
Este enfoque abarca un amplio espectro de sectores estratégicos y no se limita únicamente a la industrialización. Se concibe como un esfuerzo colaborativo entre actores clave, mediante la combinación de políticas horizontales y verticales.
Estas últimas incluyen herramientas como las iniciativas clúster, y buscan equilibrar las estrategias de arriba abajo con las de abajo arriba, es decir, desde los territorios. Además, el enfoque prioriza la internacionalización como un eje fundamental. Para impulsar estas nuevas políticas de desarrollo productivo es preciso articular y combinar múltiples frentes de acción.
Entre las áreas prioritarias destacan: ciencia, tecnología e innovación; extensión tecnológica; transformación digital; fomento al emprendimiento; reducción de brechas de talento humano; financiamiento a lo largo del ciclo de vida empresarial; atracción de inversión (incluida la IED); desarrollo de infraestructura específica y otros bienes públicos; adecuación de marcos normativos y regulatorios, e internacionalización.
Como se ha mencionado, la CEPAL ha identificado 14 sectores prioritarios para los países de América Latina y el Caribe, y un área transversal de oportunidades que plantea la reubicación geográfica de la producción y de las cadenas de valor a nivel mundial, que poseen un alto potencial dinamizador del crecimiento y la productividad. Cada país y territorio debe definir su propia agenda sectorial, adaptándola a sus condiciones específicas, pero siempre con una visión clara de prioridades para impulsar una gran transformación productiva orientada hacia una mayor inclusividad y sostenibilidad ambiental.
Para poder implementar políticas de desarrollo productivo es necesario disponer de una institucionalidad robusta, capaz de diseñar, gestionar, monitorear y evaluar iniciativas en diversas áreas.
Esta institucionalidad debe contar con liderazgo y capacidades técnicas, operativas, políticas y prospectivas. Las capacidades técnicas incluyen la habilidad para formular e implementar estrategias de desarrollo productivo integradas con otras dimensiones del desarrollo, en el marco de una planificación coherente. Las capacidades operativas permitirían establecer mecanismos de articulación y coordinación efectivos. Las capacidades políticas son esenciales para construir relaciones y coaliciones que permitan superar los obstáculos políticos que limitan la productividad.
Las capacidades prospectivas, en tanto, mediante el análisis de tendencias tecnológicas y de mercado, facilitarían la generación de escenarios futuros, reforzando la habilidad para diseñar rutas estratégicas y ajustando el rumbo ante cambios disruptivos.