En el ajetreo de la vida moderna, los espacios de recreación infantil deberían ser refugios de alegría y risas, donde los más pequeños pueden explorar, aprender y, simplemente, ser niños. Sin embargo, llegar a algunos de estos sitios deja a muchos padres con un sabor amargo de tristeza y preocupación, en vez de la felicidad imaginada.
En las redes sociales no pocos son los que se hacen eco de una latente inquietud: ¿Cuánto cuesta hoy en Cuba la diversión infantil? Así lo ha vivido Isabel, una madre que decidió “aventurarse” a conocer, con sus hijas Ana y Lucía, el archiconocido Jalisco Park, en el Vedado. Los precios excesivos la sorprendieron.
Aunque ahora este parque tiene novedades, como inflables con estampados de los populares personajes cubanos Elpidio Valdés y María Silvia, y sabe que para Ani y Luci –como las llama cariñosamente– fue un día inolvidable, no puede evitar preguntarse si ha valido la pena.
“Se me parte el alma en dos cada vez que llevo de paseo a mi hijo, porque aunque voy preparada con merienda para todo el día y gastar así lo menos posible, el problema es el precio, entre otras ofertas, de los aparatos, cada día más altos. Mi hijo se divierte mientras yo sufro, porque es sacando cuentas a ver si me alcanza el dinero”, comparte una mamá de forma anónima a través de Messenger.
En la escena del esparcimiento para los “locos chiquitos”, el acceso a este tipo de distracción debería ser una oportunidad cotidiana, pero la tendencia actual en lugares estatales de recreación para niños –que funcionan sobre la base de la renta de espacios a actores privados– ha tomado un giro alarmante; al elevarse los importes de manera significativa dejan a gran número de padres con un dilema financiero.
Solo en la Finca de Los Monos, ubicado en el municipio habanero del Cerro, el costo de cada equipo por cinco minutos, valuado en 50 pesos, puede parecer trivial, mas se convierte en un desafío económico cuando se multiplica por el número de niños que se tienen, además del tiempo deseado por ellos para disfrutar.
Es innegable que la gestión y mantenimiento de instalaciones conlleva gastos, no obstante, ¿hasta qué punto estos deben recaer en los hombros de la familia y, en última instancia, de los más chicos?
Tarifas vs. salarios
El día 7 de julio Marianela recibió su sueldo correspondiente a los 30 días anteriores dedicados a cuidar niños en un círculo infantil de la capital cubana. Un mes pagado que no rebasa los 5 000 pesos, monto que debe alcanzarle para cumplir con las necesidades básicas, incluida la comida, el transporte diario a su trabajo y, entre otras cosas, comprarles algunas golosinas a sus nietos pequeños.
Para Marianela, llevarlos a un parque de diversiones es una ilusión, algo prácticamente inalcanzable en estos momentos para sus bolsillos que, ya el 14 de julio, estaban “suspirando de tristeza”. Sin embargo, ha sacado cuentas.
“He planificado llevarlos al Jalisco Park. El costo de la entrada no es problema, pagan solamente los mayores de 15 años, unos 50 pesos”. Para ella el inconveniente comienza al pasar las puertas de la instalación.
El consumo de alimentos dentro del lugar es un dolor de cabeza. Las ofertas gastronómicas sobrepasan su capacidad de compra al tener que multiplicar cada bola de helado, pizza, refresco y aparatos por dos nietos de 7 y 9 años.
“Y es que trabajar en el sector estatal sigue siendo una desventaja social considerable”, confiesa a través de una encuesta efectuada por nuestra revista, vía online, aplicada en aras de conocer diversos testimonios referidos al tema.
En este sentido, Alfredo Sánchez, compartió con BOHEMIA sobre su viaje postergado a Las Tunas para ver a su madre, porque, según comenta, 7 380 pesos ha sido el gasto por complacer un reclamo de sus hijas jimaguas, quienes por seis meses le pidieron ir al afamado parque: “Mientras las principales autoridades del país apuestan por un robustecimiento de la empresa estatal socialista para bajar costos, a muchos nos duele ver cómo la dura realidad es otra”, afirmó.
¿Solo Jalisco Park?
Aunque los precios que ofrece el sitio son similares a los que pueden encontrarse en bares, restaurantes y cafeterías de cualquier parte de la geografía cubana, hay algo que aún, al año de su reinauguración, continúa generando debate, y son sus tarifas, más en momentos en que Cuba atraviesa una creciente inflación.
Jalisco Park, otrora sitio “paraíso de metal”, ahora se enfrenta al desafío de equilibrar la calidad de sus servicios y ofertas con los montos económicos de la familia cubana promedio. No obstante, ¿es acaso el único en La Habana con esa hoja “roja”?
Cinco años después de que la Finca de los Monos renació como Parque Tecnológico, en 2019, ha decaído en su esplendor inicial, a criterio de gran parte de quienes nos ofrecieron su opinión.
El precio de entrada es simbólico, de 20 y 30 pesos para los niños y adultos, respectivamente, no obstante, son los carritos eléctricos, los inflables y demás servicios los que dejan sin recursos, y sin esperanzas, a quienes asisten allí.
Su director, Lewys Duvergel, explicó a nuestro medio que “el precio de la electricidad subió, las personas que chapean el lugar también aumentaron su pago, pues se incrementó el importe del combustible. Es una cadena en la que, lastimosamente, termina perjudicado el cliente”.
De acuerdo con Duvergel, el 80 por ciento de las actividades recreativas y ofertas gastronómicas están a cargo de trabajadores por cuenta propia o Mipymes, a las que se les arrendan el espacio, ya que no cuentan con la solvencia suficiente para brindar ellos mismos el servicio. “Arreglar y remendar lo que tenemos, para que dure un poquito más, va por nuestro propio presupuesto, pues somos autofinanciados”, acotó.
Según refiere, el lugar tenía un equipo 12D, que no solamente incluía los efectos visuales, sino que además proporcionaba sensaciones como el agua y el viento, y que hace algún tiempo se encuentra sin funcionar. “Llamamos para su reparación, ¿y la respuesta?, que está obsoleto y debemos comprar uno nuevo. Problemas como este vuelven difícil su mantenimiento”, dijo.
Sobre las posibles soluciones explica que para el arreglo de las atracciones tienen la posibilidad de pedir un crédito al banco, este llega en pesos cubanos y “con esa moneda no puedo importar equipos. Cuando teníamos la moneda libremente convertible, se iba a la Cadeca y ahí se hacía un contrato que permitía hacer el cambio hacia la moneda extranjera a partir del crédito”, dijo.
Buscando otras formas de obtener ganancias, Duvergel argumenta que realizan las actividades nocturnas, en las cuales sí le permiten a los arrendados poner sus propios precios. “Es una forma de compensar para ellos el tope que le ponemos nosotros”, añadió.
Por otra parte, Alejandro Palmarola, presidente del Consejo de la Administración de La Quinta SURL, primera Mypime estatal que gestiona un museo y un jardín botánico en el país, apunta que en este espacio, considerado un pulmón verde dentro de la ciudad, se cobra la entrada, que igualmente no cubre lo que cuesta mantener la instalación.
Asimismo, cuando se refiere a las ofertas gastronómicas dentro del lugar, manifiesta que se obtienen a precios altos en Mipymes; se venden de igual forma a como se encuentran los productos en cualquier otro establecimiento privado.
La encuesta aplicada, que no es representativa de toda Cuba, ilustra la realidad inflacionaria que vivimos los cubanos, pues aquellos que asisten a estos lugares a disfrutar de espectáculos infantiles, que solo tienen que pagar el precio de la entrada, no pueden gozar a plenitud de las ofertas adicionales, en este caso las gastronómicas y los aparatos de entretenimiento. La experiencia de los niños, como bien aseguraba una mamá, debería ser completa y no condicionada a la capacidad económica de las familias. “Es muy triste que en unas vacaciones prácticamente solo podamos llevar a nuestros hijos a un solo sitio, con la preocupación de que, al final, si gastas 5 000 pesos, es el salario del mes”, argumenta Yamila.
Pensar en todos
“Recreación, cultura y aprendizaje para todos y al alcance de todos ha sido una premisa de La Quinta de los Molinos”, defiende Palmarola.
Reconoce la existencia de talleres cobrados; “se llama actividad complementaria a la educación. Ejemplo de ello es la acampada infantil, con un costo de 700 pesos, la cual ha sido criticada en redes sociales por considerarse caro. Es válido aclarar que de igual forma hacemos acampadas gratuitas, y una cosa compensa a la otra”, aclaró.
“Cada actividad educativa cobrada tiene una gratuita asociada al momento”, aseguró el también botánico, ecologista y ambientalista.
“La idea de la empresa y cómo funciona es que, si tengo un taller gratuito con los abuelos, entonces rento un salón. Con lo que ganamos por ahí, un 50 por ciento es para los trabajadores y el otro se invierte en esos abuelos. Es un concepto grande y diferente, como si fuéramos una fundación con gestión empresarial”, mencionó.
“Para la gente era muy importante que convertirse en una empresa no implicara perder toda la actividad social que hacemos: los talleres que se organizan con los niños, los proyectos ambientales, del adulto mayor, los de situación de discapacidad intelectual, así como las otras actividades que efectuamos”, argumentó.
Lewys Duvergel asegura que, defendiendo los mismos intereses sociales, en la Finca de los Monos se ha tratado de topar los precios dentro del parque: “tampoco podemos aguantarlos tanto porque cuando se les rompe una carriola, ellos deben importar las piezas”. Como alternativa “optamos por decirles que aceptamos la vuelta por 150 pesos, con la condición de una más pequeña, en 60. Esto con el fin de que aquellos que no puedan llegar a la primera cifra disfruten de igual forma”, apunta.
“Lo mismo hacemos con las ofertas gastronómicas. Puedes vender una comida a más de 1 000 pesos, y también brindar otras a 600 para ese público que quizás no llega a cifras superiores”, refiere.
De leyes y regulaciones ¿ausentes?
En 2016 el país abría opciones para ampliar la recreación infantil al aprobar la licencia por cuenta propia de equipos con estos fines, autorizados a establecerse en espacios públicos. Es así que ruedas de la fortuna, castillos inflables, pequeños automóviles o trencitos llenaron rincones de la geografía cubana. Saben muy bien los que tienen hijos que estos representan variedades recibidas con agrado por los pequeños y jóvenes.
El costo de poder disfrutar de esos equipos, “platos fuertes” en los parques infantiles hoy, es a consideración del cuentapropista y, aunque algunos alegan que el mantenimiento eléctrico se encarece, lo cierto es que se vuelve un tanto mordaz cuando un niño de hasta dos años, solo por estar cinco minutos en un corral de madera con pelotas de goma, les cuesta a los padres o abuelos entre 50-60 pesos.
Al conversar con directivos y responsables de varios de los lugares para el disfrute infanto-juvenil en La Habana, entre ellos los mencionados anteriormente, se conoció que en este momento no existe normativa que estipule qué precios deben manejarse en la renta de espacios a los privados, ni si estos deben vender o brindar sus servicios con una tarifa fija; todo es bajo la presunta ley de oferta y demanda.
Ya en agosto de 2022, cuando el Ministerio del Comercio Interior aprobó el procedimiento para la licitación del arrendamiento de establecimientos estatales a los nuevos actores emergentes de la economía cubana, se daba un paso muy importante, si se tiene en cuenta el estado en que se encontraban muchos de esos bienes muebles y la posibilidad de abrir el abanico de los servicios a la población.
A pesar de que se celebra contar con esas opciones, el tema de la no existencia de una política de precios deja mucho de qué hablar, pues las altas cifras parecen haberse regularizado cuando escuchamos experiencias más allá de la capital. Y es que cuando se trata de complacer a un menor, a nadie le tiembla la mano, “pero sí el bolsillo”.
Poner en arrendamiento estos espacios para los infantes es lo que los mantiene abiertos al público, mas no debería ser la única solución para que funcionen, o al menos no se debería retirar la mirada estatal de sus tablillas de precios; tampoco se puede dar la espalda a la responsabilidad de proporcionar opciones asequibles para las familias.
Este aspecto, quizás menos visible, plantea cuestionamientos sobre la equidad a una recreación sin restricciones, pues ¿estamos, sin saberlo, transformando inadvertidamente la diversión en un lujo?
(Tomado de Bohemia)