Mipymes II: La mano de la banca

El gobierno cubano asumió una meta seductora, al proponerse que las micro, pequeñas y medianas empresas no deriven hacia una economía de subsistencia, como tiende a ocurrir en el mundo. “Queremos mipymes con una alta base tecnológica, con un carácter profesional y que generen valor agregado”, dijo el ministro de Economía, Alejandro Gil, cuando presentó la novedad. Reto peliagudo, pero no el único ni el más difícil.

Con actores nuevos en la economía se refrescan las expectativas y las oportunidades de desarrollo, pero deben aparecer, a la par, conflictos nuevos, que pueden derivarse también de la pluralidad de formas de propiedad aceptadas -privadas, estatales y mixtas. Por igual, las empresas en estreno tropezarán con viejos problemas del modelo económico cubano, que se agravarían, ganarían visibilidad y quién sabe si, con buen pie, encontrarían solución.

El desafío de la competitividad

La ambición del gobierno de hacer extensivo a estas pequeñas empresas el sello de innovación y competitividad que quiere para toda la economía se contradice con la tendencia dominante en otros países. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) aprecia una participación importante de las mipymes en el tejido empresarial de la región, con el 67 por ciento del total de empleados, pero, en contraste, apenas contribuyen con el 25 por ciento del producto interno bruto (PIB) regional. Esta diferencia, vista en estudios de 2016 a 2018, revela brechas en la productividad y una marcada inclinación hacia producciones y servicios de bajo valor agregado.

Los antecedentes en Cuba tampoco hablan a favor. Los trabajadores por cuenta propia (TCP) han mostrado más apego por los negocios de cafeterías, restaurantes, taxis, casas de alojamiento y otros de poco rango tecnológico y baja productividad. Con el 13 por ciento del total de ocupados en el país, aportaron solo un 5,8 por ciento de los ingresos del Presupuesto del Estado en el 2019. Otros estimados, citados en 2015 por el Centro de Estudios de la Economía Cubana (CEEC), ubicaban en un 12 por ciento el aporte al PIB de las formas no estatales, cuando ocupaban el 27 por ciento de la fuerza de trabajo del país.

¿Podrán reducirse tales diferencias? Madera tiene Cuba, conocimientos, capital humano que durante décadas se replegó parcialmente hacia puestos no estatales poco exigentes, empujado por lógicas salariales y monetarias, entre otras, que han comenzado a cambiar -el alcance real será visible cuando pasen las convulsiones económicas del año en curso. En 2021 se ha acelerado la reforma. No solo llegaron las mipymes y la flexibilización del trabajo por cuenta propia.

Aunque el gobierno ha descartado la formación de pequeñas y medianas empresas solo de profesionales -con pocas excepciones… por el momento-, alienta la participación de especialistas de alta calificación en otras actividades y promete priorizar aquellas con denominación tecnológicamente sonora, como robótica, informática, creación de nuevos materiales y la manufactura aditiva (con impresión 3D).

Queda por ver si estos nuevos actores rompen con la tradición de subsistencia de los TCP en Cuba y de las mipymes en la región; si, con independencia del objeto social que asuman, rompen con la rutina de las empresas cubanas, sin garra generalizada para innovar y aplicar las maravillas de la tecnología y de la ciencia -los éxitos en la biotecnología, en algunas industrias y hasta en empresas agropecuarias de vanguardia son aislados-; y si consiguen franquear otra limitación más dramática que la propia ausencia de inspiración innovadora: los altos costos del desarrollo.

Alternativa bancaria

No creo que el capital extranjero se acerque con las maletas llenas de dólares a fundar empresas mixtas con los nuevos actores de la economía, así sean privados y la legislación en Cuba lo permita. Las mipymes más avanzadas pueden encontrar algún chance para financiarse con inversiones extranjeras directas, pero lo real es que no ha sido una opción espléndida para sus homólogas en otros países, ni para las empresas estatales en Cuba. Las sanciones anticubanas de Estados Unidos enfrían a la banca y a las compañías de otros países.

Por tanto, la constitución de una red de micro, pequeñas y medianas empresas y cooperativas que inyecten desarrollo tecnológico en la economía parece una utopía sin la participación de los bancos cubanos.

Para cargar con los altos costos de la clásica I+D+i empresarial (investigación, desarrollo e innovación), numerosos economistas han defendido desde hace años la creación de “mercados financieros, tanto crediticios como de capitales” en Cuba. ¿Podrá la banca cubana articularlos para los nuevos actores, si no lo ha logrado antes para atender plenamente la demanda estatal y cooperativa? Corre el riesgo de que las mipymes la pongan en jaque con una necesidad elemental, la arrancada de los negocios, antes de hablar del capital de trabajo para las mil urgencias cotidianas de una empresa.

La creación de un entorno bancario y comercial que sostenga la financiación y los suministros del modelo empresarial en gestación tropieza con el desangramiento financiero que afronta Cuba y con viejas deudas del modelo económico. Como la recuperación postpandémica no llegará con un chasquido de dedos, ni se atisban señales de que Joe Biden vaya a aflojar el bloqueo anticubano que Donald Trump subió a escalas violentas, a este país, y a sus bancos, no les queda más alternativa que innovar.

Pobre antecedente

El gobierno dio un paso inédito cuando se propuso acompañar este capítulo de la reforma empresarial con la creación de un mercado mayorista para todos los actores de la economía por igual. “Donde todas las formas económicas, tanto estatales como no estatales, pueden adquirir sus insumos y la importación se haga con un carácter más de abastecimiento de mercado y no por encargo puntual”, es la aspiración comentada por el ministro de Economía.

Después de mantener marginado el suministro de los TCP y las cooperativas en una periferia comercial, el anuncio revela disposición realmente innovadora en las autoridades. Pero las pone frente a otra urgencia, más peliaguda a mi juicio: organizar un mercado crediticio para las personas jurídicas que se estrenan en la economía. Sin él, el mercado mayorista y el comercio en general tomarían poco vuelo.

La creación de bancos de desarrollo y otras instituciones financieras de microcréditos ha ganado popularidad en un mundo con protagonismo creciente de los pequeños emprendimientos. ¿Lo intentará la banca cubana? Tengo dudas.

El banco de fomento agrícola acaba de aportar un pobre precedente. Hace un año lo propuso la Estrategia de recuperación económica presentada por el gobierno, pero la novedad quedó reducida a rama del Banco de Crédito y Comercio (Bandec) a partir del primero de septiembre del 2021. Un burocrático sistema para aprobar cada préstamo empaña el atractivo de las bajas tasas de interés y el aporte de 1.800 millones de pesos del Presupuesto del Estado con ese objetivo. Ni siquiera favoreció su fundación como entidad independiente el tener un destino priorizado, la producción de alimentos.

Si aun así los productores agropecuarios han estado mejor conectados a los créditos que los trabajadores por cuenta propia, ¿qué perspectiva queda para las mipymes?

La diversificación de las instituciones bancarias, necesaria para multiplicar servicios, especializarse y ganar competitividad, continúa pendiente, sin reacción convincente frente a la reforma empresarial en marcha.

La Resolución 249 del Banco Central de Cuba (BCC), implementada hace pocos días, abrió la ventanilla de los créditos en moneda libremente convertible a las mipymes y a las cooperativas no agropecuarias. Un gesto oportuno, pero el beneficio puede demorar, mientras persistan las penurias financieras del país tanto como las ineficiencias propias del sistema bancario. Esta Resolución reitera la rígida centralización a que es proclive la banca, al amarrar la concesión de esos créditos en cualquier banco a la aprobación previa por el BCC.

El sistema bancario ha dado pasos en los últimos años para modernizarse, con servicios de banca móvil y banca remota, entre otros, y ha abierto sus puertas a las formas de gestión no estatales, pero sigue sujeto a un esquema de segmentación bancaria que “implica -comentaba el economista Francisco Borrás en un profundo artículo del 2019- que cada cliente tiene un solo banco al que acudir, o a lo sumo dos”, por lo cual queda atado a las condiciones que el prestamista impone.

La insuficiente autonomía de los bancos en Cuba y el conservadurismo tradicional de un sector con pobre cultura de riesgos le han restado todo dinamismo al crédito bancario como instrumento de gestión y crecimiento económico. El rebrote a cada rato del problema de las cuentas por cobrar y pagar es otra señal de poca eficiencia crediticia.

Investigaciones científicas dirigidas por Borrás han observado en las empresas estatales poca práctica de capitalizar su actividad con crédito bancario: solo la mitad de las empresas agrícolas estudiadas poco antes de la pandemia financiaba más del 60 por ciento de sus activos con deuda bancaria. Como no están en otro país, los TCP seguían por ese carril: una encuesta en La Habana confirmó que dos tercios financiaban sus negocios con ahorros propios, un 18 por ciento con remesas y un 5 por ciento con préstamos de garroteros.

Todo indica que la banca cubana se concentra en el rol primitivo de bóveda para guardar dinero.

Banco contra la pared

Con las reformas monetaria, de precios y salarial en marcha debe enderezarse más adelante un entorno que ha limitado la capacidad de la moneda nacional para cumplir las funciones del dinero y, por extensión, la capacidad de los bancos. Para ser justos, eran los primeros contra la pared cuando operaban con dos monedas nacionales, de valor dual cada una.

La interrogante es si el sistema bancario reaccionará, con el BCC a la cabeza, cuando pasen los desequilibrios lógicos de la coyuntura actual -inflación y comercio en MLC- y el peso cubano se recupere. ¿Tendrá espíritu para descentralizar estructuras, crear instituciones financieras de nuevo tipo, fundar bancos corporativos, diversificar servicios sin miedos y constituir fondos de financiamiento con el capital extranjero que entra al país mediante las remesas y otras vías? ¿Tendrá madera para innovar y transformar las políticas financieras?

Las barreras para acceder a créditos, que los analistas del CEEC Jessica León y David Pajón atribuían en 2015 más a problemas de las políticas de financiamiento que a la carencia de recursos financieros, acechan ahora a los actores que entran a la economía cubana, de la misma manera que han obstaculizado durante décadas a las cooperativas veteranas y a las empresas estatales.

El choque con las mipymes -privadas y estatales- y la renovación del sistema empresarial solo harán más evidente la necesidad urgente de reformar también el pesado cíclope bancario.

(Tomado de Cubadebate)

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